Al pasear entre las callejuelas de uno de los campos de desplazados sirios al norte del país, se escucha un mismo reclamo que llega desde distintas tiendas. “Please like, please share, please gift”, repiten varias voces infantiles al unísono. “Por favor, dale a me gusta, comparte, dona”, dicen. Le hablan a una pantalla de teléfono. Hace horas que, chapurreando la misma docena de palabras en inglés, piden donaciones en un directo de TikTok. La aplicación de vídeos se convierte en la última plataforma para que el mundo simpatice con su desesperación. Pero, ahora, una investigación de la BBC ha mostrado la inhumanidad que acompaña a sus directos: TikTok se está quedando con hasta el 70% de las donaciones recibidas.  

Dowkan recibió solo 14 dólares después de pasarse ocho días haciendo directos de TikTok. Durante varias horas, no se le permitía parar las grabaciones para comer o tomar su medicina. Este padre de familia numerosa se conectaba para conseguir dinero para la operación de corazón de su hija. En la tienda que sirve de hogar para Mona Ali Al Karim y sus seis hijas, usan TikTok para costearse una intervención que cure la ceguera de una de ellas. Su marido murió en un ataque aéreo durante la guerra en Siria. Ahora, desde el suelo cubierto por una lona en un campo de refugiados al noroeste de su país, Mona mendiga durante horas frente a una pantalla de teléfono.

Obsequios virtuales

Piden obsequios virtuales que están valorados en dinero real que los espectadores compran. Los regalos van desde rosas digitales, que valen apenas unos céntimos, hasta leones virtuales, con un valor de 500 euros. Después, los usuarios de TikTok que los reciben pueden retirarlos de la aplicación en efectivo. En los campos de desplazados, son los llamados “intermediarios de TikTok” quiénes facilitan este negocio. Estas personas proporcionan a las familias los teléfonos y el equipo para empezar a retransmitir. Trabajan con agencias afiliadas a la aplicación en China y Oriente Medio. Son parte de la estrategia global de TikTok para reclutar streamers y animar a los usuarios a pasar más tiempo en la aplicación.

Hamid, uno de los intermediarios en los campos, vendió su ganado para pagar un teléfono móvil, una tarjeta SIM y una conexión wifi que le permitiera trabajar con las familias. Con ese mismo teléfono, retransmite durante varias horas al día con 12 familias distintas. Hamid le ha contado a la BBC que les paga la mayor parte de las ganancias, excepto los gastos de funcionamiento. Por lo tanto, no solo TikTok se queda hasta con un 70% de las donaciones sino que también deben pagarle a los intermediarios. Además, en muchos casos, las casas de cambios se quedan otro pequeño porcentaje, dejando a las familias con un valor muy mínimo.

Investigación de cinco meses

La BBC siguió durante cinco meses una treintena de cuentas de TikTok que retransmitían en directo desde los campamentos sirios para personas desplazadas. Allí, malviven unos dos millones de personas que han sido expulsadas de sus hogares durante los más de 11 años que dura el conflicto. Tras hacerse pública la explotación a la que la red social china somete a estas paupérrimas familias, TikTok no ha tardado en pronunciarse. “Estamos profundamente preocupados por la información y las denuncias que nos ha presentado la BBC, y hemos tomado medidas rápidas y rigurosas”, han respondido. 

“Este tipo de contenido no está permitido en nuestra plataforma y estamos reforzando aún más nuestras políticas globales sobre la mendicidad explotadora”, han añadido en declaraciones oficiales. Aunque sí han reconocido la comisión por obsequios digitales que cobran, no han confirmado la cantidad exacta. Además, después de que la BBC se pusiera en contacto con la empresa, esta prohibió todas las cuentas. Algunas organizaciones benéficas locales han expresado su intención de ayudar a estas familias, pero son muchas y las opciones para ganar dinero son muy bajas. 

Por eso, pasarse horas repitiendo súplicas acaba siendo la última opción para estos sirios. Mendigar en línea se convierte en la única fuente de ingresos para aquellos forzados a vivir al día. “Mis hijas piden regalos y me cuentan lo felices que están cuando los reciben”, explica Mona de la mano de su hija invidente. “Cuando están felices, me hacen feliz a mí también”, añade. Así de simple. Las rosas digitales al otro lado de la pantalla les recuerdan que aún existen, que aún hay gente que se preocupa por ellas. Y, así, el eco de sus voces implorando por donaciones no se detiene.