Guerra en Ucrania

Xosé Manuel Seixas: "Ucrania apoyó a los rusos en la segunda guerra mundial"

“Paradójicamente, Putin ha hecho más por consolidar una identidad nacional ucraniana que 30 años de independencia, y ha provocado que varios países de su órbita pidan ingresar en la OTAN para protegerse”

Xosé Manuel Seixas.

Xosé Manuel Seixas. / XOÁN ÁLVAREZ

Salvador Rodríguez

Ochenta años después de su final, todavía se escucha hablar de la Batalla de Stalingrado, pero lo malo es que sea a consecuencia de otra guerra, la de la invasión de Ucrania, en la que, por parte rusa, y entre otras razones, se ha resucitado la del cuestionamiento del comportamiento de los ucranianos durante aquel conflicto. Cuando Xosé Manuel Seixas (Ourense, 1966) empezó a escribir “Volver a Stalingrado. El frente del Este en la memoria europea” (Galaxia Gutenberg) todavía no se había iniciado esta guerra, y sin embargo cuando se le entrevista no le sorprende que la conversación derive de la Historia a la actualidad porque, como siempre, la Historia puede responder a cuestiones clave que hoy todos nos preguntamos.

–¿El resultado de batalla de Stalingrado marcó el principio del fin de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial?

–Sí, eso está bastante claro. Stalingrado supuso un punto de inflexión tanto para la propia guerra germano-soviética como para el resultado final de la guerra. Tras la batalla, los alemanes dejaron de avanzar y, pese a que intentaron volver a tomar la iniciativa en Kursk, lo de Stalingrado les produjo tamaño desgaste militar que, aunque no se derrumbó del todo, Alemania inició un progresivo retroceso del que ya no se pudo recuperar.

–La batalla (o asedio) duró desde el 23 de agosto de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943. Empezó en verano y remató en invierno. ¿Por qué los alemanes no se retiraron antes y por qué los rusos pusieron tanto empeño en resistir, pese a la masacre de bajas que estaban sufriendo?

–Es una cuestión que todavía continúa debatiéndose. En principio, los alemanes lo que querían era prevenir un posible contraataque soviético. Esa fue la primera finalidad de las tropas de Hitler, pero este objetivo quedó tapado por la obsesión personal del Führer por conquistar la ciudad que llevaba el nombre del líder del enemigo, de Stalin, quien a su vez respondió a esa obsesión de Hitler con la suya propia por defender “su” ciudad. Fue un duelo de egos.

–¿Qué papel desempeñó la División Azul en esa batalla? ¿Hubo españoles combatiendo en Stalingrado?

–La División Azul no estuvo allí, porque estaba radicada en el frente sur. Pero sí que hubo españoles, sobre todo republicanos exiliados, en el bando soviético. Entre ellos estaba Rubén Ruiz Ibárruri, hijo de La Pasionaria, que falleció en combate y en cuyo honor se erigió una estatua.

–Más que en describir la batalla, su libro está enfocado en su memoria, es decir, en cómo se recuerda Stalingrado. En Rusia se destacó como “acto heroico del pueblo” pero ¿cómo retrata esa masacre la memoria alemana?

–Hasta los años 70 del siglo pasado, en Alemania la memoria de Stalingrado era humillante. Era una derrota que no se podía tapar, pero a partir de ahí se intentó salvar la dignidad del Ejército, culpando de las atrocidades y los excesos cometidos sobre la población rusa a la SS, pero eximiendo de culpabilidad a los soldados. Ya en los años 90, lo que se intentó propagar fue que Alemania había sido víctima, en primer lugar, de los soviéticos, obviamente, pero también de sus propios dirigentes, que abandonaron a su suerte a los soldados. Por extraño que parezca, en la memoria alemana se presenta a una Alemania como víctima que se refleja en la literatura y en el cine, a través incluso de testimonios escritos por supervivientes, en los que se hace especial hincapié en el sufrimiento de los soldados. No en balde se publicaron títulos tan significativos como “El ejército traicionado”.

Xosé Manuel Seixas, en Santiago.

Xosé Manuel Seixas, en Santiago.

–Los rusos recibieron un apoyo logístico de los norteamericanos, pero eso no suele decirse.

–Así es. Recibieron material bélico, vehículos y carne procedentes de Estados Unidos, algo que reconocían por lo bajinis pero aduciendo que, bueno, a fin de cuentas “los muertos los pusimos nosotros”. Mientras, y sobre todo tras la guerra, a los norteamericanos tampoco les interesaba recordarlo, y por eso tanto en sus libros como en sus películas, trataron del frente del Pacífico, del Desembarco de Normandía, de Pearl Harbour… de lo suyo, vaya.

–Es patente que una parte del discurso de Putin se dedica a recordar las hazañas de Rusia en la Segunda Guerra Mundial sumándolas a otras razones de la justificación de la invasión de Ucrania. Incluso ha denunciado que la mayor parte de la población ucraniana apoyó a los nazis. ¿Esto fue cierto?

–No, no lo fue. Estamos ante una estrategia de distracción narrativa por parte del Kremlin que no es de ahora, que proviene del año 2000 con la ascensión de Putin a la presidencia del Gobierno, desde la cual cultivó como parte de la propaganda de su discurso el mito de la Gran Guerra Patria, asumiendo a su vez el discurso de la época de Breznev, en la que entre otras cosas se propagó que fue gracias al sacrificio de los rusos que, con su sangre, ofrendaron a Europa la derrota del fascismo. Como parte de ese discruso, sobre tode desde 2014 con la primera invasión dea Ucrania, se empezó a extender la idea de que Ucrania estaba gobernada por fascistas, y que esos fascistas estaban revisando toda la historia de la Segunda Guerra Mundial exagerando el protagonismo de un pequeño grupo de colaboracionistas ucranianos de los nazis que ellos extendieron a toda la población de Ucrania. Y es cierto que había organizaciones antisemitas y pronazis ucranianas pero, sobre todo, lo que había era nacionalistas, y olvidan que estos lucharon, al mismo tiempo, contra los alemanes, contra los soviéticos y contra los resistentes polacos. Era una situación muy compleja pero, ahora bien, no es verdad que la mayoría de la población de Ucrania en la Segunda Guerra Mundial se alinease con los alemanes; como mucho, medio millón colaboraron de manera directa o indirecta con ellos, pero es que cuatro millones y medio de ucranianos combatieron como partisanos y como soldados del Ejército Rojo contra los nazis. Y además Ucrania fue la república soviética que sufrió el mayor número de víctimas entre su población civil con cientos de sus aldeas destruidas por los alemanes. Y por lo que respecta a hoy mismo, la extrema derecha en Ucrania es prácticamente extraparlamentaria.

–¿La posibilidad de la desaparición, física o política, de Putin es una esperanza fundada para que creamos en un fin próximo de la guerra?¿O existe un “putinismo” muy arraigado?

–Eso es meterse en la política ficción. Está claro que las decisiones en el Kremlin las toma un Putin que, a veces, cuenta con algunos asesores. Y es verdad que, como ciertos sectores de la sociedad rusa, él considera que Ucrania es una parte de Rusia, o que, al menos, pertenece al mundo de influencia rusa. Eso es lo que quiere hacer Putin y ahí encuentra complicidades en una parte de la clase media rusa. ¿Qué pasaría si, por cualquier razón, fallece o es sustiuido? Eso no se puede saber, pero nadie nos garantiza que su sustituto fuese mejor que él.

–Hay rusos e incluso ucranianos que sostienen que los medios de comunicación occidentales manipulan el enfoque del conflicto. Que ni Putin es el diablo ni que todos los ucranianos están en desacuerdo con la invasión.

– Cierto, pero también a la inversa. Hay regiones que en 1991 votaron por su independencia de Rusia, y la propia Crimea estaba entre ellas. Lo que pasa es que en Ucrania ha habido una convivencia más o menos bien llevada entre ucranianos puros que hablan en su idioma, y ucranianos que hablan en ruso, por eso yo lo que creo es que Putin cometió un error, fruto del simplismo, que consistió en confundir las cosas. Porque relacionar al ucraniano que habla uso con el rusófilo, es un gran error, y además con resultados paradójicos, de boomerang. Si lo analizamos bien, resulta que Putin ha hecho más por consolidar una identidad nacional ucraniana que los 30 años de independencia. Sin embargo, yo no creo que Putin sea un descerebrado; simplemente es un presidente autoritario, que no cree en los poderes legislativo y judiial, y que quizá incluso no piense para nada en anexionarse toda Ucrania, pero sí que estaba convencido de que la brutalidad de la invasión, que tanto nos sorprendió a todos, tenía como objetivo provocar el derrumbe del Estado ucraniano, que caería como un castillo de naipes, para que en Kiev se instaurase un gobierno promoscovita al estilo del de Bielorrusia. Pero le salió mal.

–¿La guerra de Ucrania descubre que, en realidad, la Guerra fría nunca se acabó?

–No, pienso que no es eso. El mundo ha cambiado mucho después de la Guerra Fría. De hecho, ahora mismo los grandes protagonistas en la sombra son China y la India, dos potencias a las que Rusia tiene muy en cuenta.

–Pero la chispa saltó cuando Rusia se sintió atacada al anunciar Ucrania su intención de integrarse en la OTAN. O eso alegan los rusos.

–Yo creo que eso no fue más que un recurso retórico, una estrategia propagandista rusa. Es verdad que la OTAN, en 2008, se mostró dispuesta a considerar la posible integración de Ucrania, pero de aquello no volvió a hablarse en serio. Curiosamente, otro efecto boomerang de la maniobra de Putin en Ucrania es que hayan surgido otros países, como Finlandia, que han solicitado entrar en la OTAN porque se sienten amenazados por Rusia. Y que en vez de avanzar en una estrategia común de defensa europea, en la que también podría participar Rusia, estamos volviendo a depender de Estados Unidos.

–Cuando los países occidentales decidieron enviar armamento a Ucrania, se deseaba conseguir una paz que no humillase a Rusia. Pero a esta alturas…

–Yo pienso que en esta guerra nos está yendo mal a todos. Hemos pasado de preguntarnos si era posile que Ucrania resistiese, a creer que Ucrania puede ganar la guerra. En esa escalada, una derrota sería el fin del régimen de Putin. A estas alturas, a mí me parece que lo que él busca es una salida honrosa que le permita presentarse ante su población con una “victoria” mediante una suerted de paz por territorios, anexionándose, cuando menos, Crimea y Lugansk.

–Pero ahora mismo Ucrania no está dispuesta a eso.

–No, porque ahora considera que puede ganar. Es obvio que hay que negociar, y que en algún momento tendrán que hablar, pero me temo que estando Putin ahí lo veo difícil,porque si hace concesiones, pierde legitimidades y, en consecuencia, pierde el poder.

–¿Es impensable un derrocamiento desde dentro?

–Esa no es una opción realista. Para empezar, porque el Ejército ruso nunca ha tenido históricamente una intención intervencionista. Por otra parte, en tiempos de la Unión Soviética el poder estaba más colegiado: había un presidente, pero también un Politburó, estaba el Comité Central del Partido Comunista con su Secretario General y una serie de instancias influyentes, pero a mí me da la sensación de que Putin está solo en su cúpula de poder, y sin embargo, tiene una capacidad incontestable de control de los resortes del poder.La oposición no está amenazando realmente su poder. Además, en la movilización de reservistas tiene mucho cuidado:_ev ita que los hijos de la clase media de Moscú o de San Petesburgo vayan a la guerra, y a quienes están reclutando es a gente de minorías étnicas y haciendo pasar por voluntarios a mercenarios. Por eso se dice, y con razón, que los ucranianos saben por lo que luchan, pero los rusos no. Mi impresión es que esta guerra puede enquistarse y durar dos, tres o cuatro años más.

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