El pasado miércoles me enteré por la mañana de que una mujer había sido atropellada por un autobús en la plaza del Ayuntamiento de Valencia. Más tarde me enteraría de que era una monja de mi pueblo. Esto me llevó a pensar en toda esa gente que muere y a los 3 días ya ha sido olvidadada , como si murieran en el anonimato. Tal vez pensamos que todos y cada uno de nosotros somos importantes y merecemos un reconocimiento, que no lo dudo, pero vale más la pena morir sabiendo que tu vida no ha sido una vida sin sentido, sino que ha servido para algo. «Quien no vive para servir, no sirve para vivir», decía santa Teresa de Calcuta. Bendita esa gente que ayuda sin recibir nada a cambio o esa gente que sí que recibe (los médicos de hospitales, centros de deficientes o de discapacitados), sentimientos inigualables además de un sueldo. Salgamos de nosotros mismos y de nuestro egoísmo y enfrentémonos de cara con un mundo que aún está por construir, contribuyamos en lo que podamos; en nuestra familia, con nuestros amigos o en nuestro propio trabajo. Voro Asís Alcayde. Vinalesa.