Querida Conchitín: ni tus abuelos valencianos eran pobres, ni robaban patatas para poder comer. Tus abuelos, como era costumbre en la València de la época, espigolaban patatas. Lo de espigolar, espigadora, seguramente te sonará a zarzuela, si bien el fuerte de la agricultura valenciana no son precisamente los cereales. «El que no pot collir, espigola», quien no puede recolectar la flor del producto porque su oficio no es el de agricultor propietario, no tiene inconveniente en espigolar el remanente que queda olvidado en la huerta al recolectar la cosecha, muchas veces olvidado adrede siguiendo el dictamen de la Biblia, «perque el llaurador de bona gana ho dona» y además agradecido por dejarle el bancal limpio para la siguiente cosecha. Para espigolar no hay que desplazarse demasiado, la huerta está muy metida en la Medina árabe del polvo y la tierra. Espigolar patatas lo hemos hecho todos, incluso gente de posición relajada por colaborar en la costumbre.

En algún evento intenté acercarme a Conchitín sin poder llegar hasta ella, aprovecho ahora que está escribiendo sus memorias. Mi intención era sacarle del error que tiene de que espigolar es robar. Y, en cuanto a lo de pasar hambre, repetido en más de una entrevista, en València nunca se ha pasado hambre a no ser de caviar.

«Xiqueta, tu yayo era obrer de vila», oficio de gran salida laboral. Tu yaya sabía coser, cosía para la familia y cuando enviudó se convirtió en la modista del barrio. Inés Guijarro Sanmartín. València.