Leyendo y escuchando sobre el dedazo sanitario, empiezo a entender por qué mis médicos de cabecera son tan reacios a recetarme medicamentos y a pedirme cita para los especialistas. Mi médico anterior se negaba rotundamente a derivarme al especialista por más que se lo pidiera, y para tratar mi sinusitis crónica sólo sabía decirme que fuera a la playa a recoger agua del mar. Solicité el cambio y la doctora que tengo ahora es muy parecida. Poco menos que tuve que enfadarme mucho y exigirle que lo hiciera porque yo, a mi edad, con mis antecedentes y mis patologías, necesito una revisión completa, no tendría ni que solicitarla. ¿No serán estos médicos de esos que pierden extras y demás beneficios si hacen recetas y tratan adecuada y profesionalmente a sus pacientes? No voy a indicar sus nombres, pero sí que voy a decir que están en el Centro de Salud de la calle Beato Nicolás Factor de Valencia.

Además, a santo de qué y sin ninguna explicación entendible, me cambian del ambulatorio de Juan Llorens, al que voy andando, al de Escultor José Capuz, al que tengo que ir con vehículo. Nuestra sanidad pública es cada vez más difícil de entender y sobrellevar, y me quejo, claro que me quejo, porque tengo razones para hacerlo. Cuando he tenido razones para felicitar y agradecer también lo he hecho. Y veo que, tanto antes cuando me quejé y ahora especialmente, tengo razón.

Seguro que si estiran más del hilo, saldría más basura. Deberían hacerlo, así se podría limpiar cuanto antes la sanidad pública (y mucha privada también), porque no estamos hablando de plantar fresones, ¡estamos hablando de vidas humanas! Chelo J. Rodríguez. València.