Si buscas los lugares recoletos, a veces recónditos, verás que ya estás lejos, incluso en solitario, de esas multitudes que hacen filas interminables para subir a la Torre Eiffel, o que pasean por los Campos Elíseos, o quieren comprar en los pórticos anexos de las Tullerías, entonces en ese paseo solitario encontrarás la quietud y el sosiego, y en alguna ocasión verás que eres observado a través de los cortinajes de las casas antiguas, y que has notado que viven por esos humos blancos que ves salir a través de esas chimeneas tan curiosas. Por esas plazas o calles silenciosas te encuentras con un taller de instrumentos musicales que te explican que del mismo se surten los mejores compositores del mundo. Escuchas el tañer de la campana de una iglesia por la que coincides, de las miles que tiene París en su contorno. Es una ilusión perderte por esos jardines, frente al Observatorio, que engarzan al final con los de Luxemburgo. Pasear en ocasiones por la Isla de San Luis, que entronca con la de Notre Dame tristemente incendiada accidentalmente. Por esas calles adyacentes te encuentras el pequeño restaurante familiar y ves las barcazas atracadas o a algún pescador que lanza su anzuelo mientras las aguas del Sena empiezan a ascender como si una marea marina se tratara. Y cuando los cielos son tristes y amenazan lluvia, observas el atardecer de la ciudad como un cuadro de Manet o Degás, y que has contemplado con multitudes en museos D'Órsay, Louvre o Marmotand, pero que aquí en el puente es el natural que tienes la suerte de contemplar a solas. Todo da ese empaque romántico, el que te ha hecho suspirar muchas veces en tus sueños, y que has logrado vislumbrar por ti mismo, en la realidad de la ciudad visitada en sus secretos...