Resulta indignante el descaro que muestran algunos miembros de este nuevo Gobierno progresista ante las interpelaciones incómodas de los periodistas. Ahí tenemos al vicepresidente Pablo Iglesias que, ante la pregunta de Vicente Vallés, presentador de Antena 3 Noticias, de qué le parecía que su pareja también formara parte de este Gobierno, respondía que ya estaba bien de discriminar a las mujeres por el hecho de serlo o ser parientes de determinados hombres. ¿Será posible semejante majadería? Pues no, señor Iglesias. La crítica sería la misma si usted hubiera colocado a cualquier miembro, que no miembra, de su familia. Sí, y si su pareja, en vez de ser Irene Montero, fuera un noble y capaz varón, también hubiera sido recriminado por enchufismo dictatorial. Resulta insultante la desfachatez mostrada por el presidente Sánchez cuando se le echa en cara el nombramiento de la exministra de Justicia, la señora Dolores Delgado, como nueva fiscal general del Estado y responde que no duda de su capacidad y currículo. Pues claro que no, señor Sánchez. Pero la cuestión es otra: ¿Dónde queda su imparcialidad si ha formado parte del Gobierno que la ha colocado? ¿O resultará, como ya le sucediera a Sánchez, que a partir de este momento es una nueva persona que nada tiene que ver, quizá solo el nombre y apellidos, con la que fuera ministra de Justicia? ¿Será posible semejante desvarío progresista?