Ante el impacto del COVID-19 en nuestro país, las televisiones nos informan cada minuto de nuevos infectados, de hospitales saturados de enfermos y de una economía que pronostica la llegada de tiempos difíciles. Confinados en nuestras casas, a los ciudadanos nos piden que permanezcamos inmóviles ante la catástrofe que vivimos; sin embargo, no nos habíamos movilizado tanto desde hacía años. Vemos como los vecinos salen de sus casas y ofrecen ayuda a nuestros ancianos e incluso los propietarios deciden de buena gana no cobrarle el alquiler a sus inquilinos. Hacía tiempo que no veíamos tanta unión entre los residentes, y eso que estamos distanciados por dos metros. Los sanitarios, expertos y estudiantes, luchan entregados por cada vida que tienen en sus manos, con mascarilla o sin ella, y desde los balcones de todo el país los ciudadanos agradecen a gritos sus esfuerzos. En pocas ocasiones habíamos valorado tanto el trabajo de los demás. Y eso por no hablar de la acción de los gobiernos, ¿cuándo fue la última vez que se preparó un pabellón para dar cobijo a todos los sin techo? ¿Y que China nos regaló material sanitario gratuito? ¿Qué tratado medioambiental ha conseguido que la contaminación disminuya tanto en tan poco tiempo? Tal vez un choque como este es lo que necesitábamos para recuperar la humanidad que habíamos perdido y enderezar el camino para las futuras generaciones.