La imagen se me hacía nebulosa ante la incredulidad de mis ojos, y como si mis oídos se hubiesen declarado en huelga y los coches habían muerto todos de inanición dentro de sus garajes unos y los otros por insolación abandonados en la vera de las calles. Caminaba por espacios antes intransitable, controlados por coches, autobuses y motos, acompañado no más que con mi carrito de la compra. Creía estar soñando y me preguntaba si era una ilusión pasajera cada vez que alzaba la cabeza o la giraba. Era bella mi ciudad en aquellas circunstancias y no sabía si era allí donde había vivido toda mi vida. Vi el supermercado y allí me dirigí. Todavía mareado al coger de nuevo la acera, ocupe la posición, entre miradas de complicidad con aquellos que estaban en ella también. Nos sonreíamos pues estábamos en el mismo barco. Pero todo sueño tiene por definición un final. El que iba delante llevaba la radio en el móvil y escuché: «los partidos políticos siguen en un enfrentamiento ante su incapacidad de llegar a un acuerdo total para enfrentarse juntos a la pandemia». Mi disfrute se desplomó sin aviso ni advertencia. Me tuve que morder la lengua para no gritar alguna maldición. Alberto Barata Aznar. València.