Aunque algunos no se lo crean, porque piensan que están por encima del bien y del mal, todos somos capaces de lo mejor y también de lo peor. Por eso es comprensible que algunas personas, cuando afirman que quieren que se haga justicia, lo que pretenden en realidad es dejar fuera de juego a todos sus contrincantes políticos o ideológicos. No pueden permitir que se escuche la voz de alguno que no comulgue con el pensamiento único y progresista imperante. No buscan que se sepa la verdad, que la justicia dicte una sentencia basada en la realidad de los hechos, sino que se corrobore su versión parcial e inamovible de lo sucedido.

Juan Cotino, una persona buena, ha fallecido en un hospital valenciano víctima del coronavirus. Y esos mismos que le acusaron, y siempre lo harán si no cesan en su ciego cinismo, que ignoran que también somos capaces de lo mejor, no pueden comprender que Juan Cotino no metiera jamás la mano en la caja cuando gozó de una posición política privilegiada para hacerlo. Más aún, no les puede entrar en la cabeza que Cotino se desprendiera, un mes tras otro, de parte de su nómina para sostener obras altruistas y de apostolado.

La justicia terrena no ha tenido tiempo de dictar la sentencia de absolución de Juan Cotino, como sí ha hecho ya la justicia divina. Ahora goza ya de Dios y, como ya hizo en vida, seguro que se acuerda de interceder por los suyos, por sus familiares y amigos, y también por todos aquellos que le injuriaron en vida, para que algún día le den una oportunidad a la verdad.