En estos momentos de crisis sanitaria globalizada y confinamiento, el papel de las redes y medios sociales es imprescindible. Hemos aprendido a manejar las plataformas digitales con rapidez, viveza y agilidad. Gracias a ellas podemos estar cerca de los que están lejos, podemos trabajar sin movernos del sofá y podemos mantenernos informados de todo aquello que ocurre en el mundo. ¿Informados? Quizás esta afirmación no sea del todo cierta. Decía Erik Qualman en Socialnomics que "ya no buscamos las noticias, ellas nos encuentran", lo que no puede ser más ajustado a la realidad. En los últimos tiempos, las noticias circulan por las redes sociales a la velocidad de la luz, normalmente acompañadas de las opiniones de quienes las comparten.

La crisis sanitaria ha provocado un aluvión de críticas hacia la gestión del Gobierno; la mayoría, merecidas. Sin embargo, querría centrarme en la osadía con la que se pretende comparar España con la situación angustiosa que se vive en Venezuela desde hace ya algunos años. ¿Cómo es posible que nos atrevamos a comparar la escasez de levadura para hacer monas de pascua a las colas de diez horas que hacen los venezolanos para comprar un poco de arroz y dar de comer a un único miembro de la familia? ¿Cómo es posible que comparemos la limitación impuesta por una aplicación de mensajería instantánea (impuesta no solo en España) a las más de 15.000 detenciones arbitrarias que se han producido en Venezuela desde 2014 o las más de 18.000 ejecuciones llevadas a cabo desde 2016 por "resistencia a la autoridad"? No se trata de ideología política, se trata de decencia. Se trata de respeto.