No vengo a hablar de políticos, gobiernos o planes de contingencia. Tampoco lo haré acerca de estadísticas ni de geometría variable (ya saben, curvas, picos, mesetas). Ni tan siquiera voy a mentar a los muertos de una guerra impostada ni de héroes o de villanos de una tragicomedia moderna. En absoluto, nada de todo eso. Mi propuesta discurre por otros derroteros. Pretende ser un brochazo de azul intenso en mitad del páramo que permanece humeante tras el incendio inopinado. Porque esta propuesta va de recuperar el tiempo perdido o, si lo prefieren, postergado. De dibujar, de materializar oportunidades. Recuperar ese libro que dormita inatendido en algún anaquel o estantería de nuestra casa y para el que no encontrábamos una excusa adecuada para abrirlo y comenzar a leer, para leerlo de principio a fin. Pararnos a escuchar, a observar, a conocer, en toda la largura y rigor de estos términos, a quienes comparten techo y contingencia próxima. A capitanear la imaginación de los más pequeños (que no siempre son los menos capaces en este tipo de escenarios), canalizar su risa para tensar las velas mayores y avanzar, desde el lodo hasta las nubes, aunque estas sean de algodón sobre fondo de cartulina. Romper el silencio y la herrumbre que acompañan las viejas relaciones, las amistades y camaraderías que la huella del tiempo y las piruetas personales, profesionales o sentimentales han ido relegando al pabellón de la abulia o la desmemoria. Hacer exámen de conciencia para meter ombligo y pedir perdón. Acometer una singular auditoría de todas las filias y pasaportar al sótano nuestras fobias. Predicar con el ejemplo a secas. Luchar por enfundarnos la mejor de las sonrisas y contagiar a los demás (aunque se trate de una palabra hoy proscrita). Volvernos adictos a las sobremesas de antaño, con olimpiada de juegos de mesa o cine fórum. Avivar la llama en la retina gastada a través de las páginas de un álbum de fotografías que nos parecen casi legendarias.

Porque después de la noche más larga aguarda la mañana cierta. Y los políticos, la geometría y la tragicomedia moderna van a seguir siendo lo que son (o algo parecido), pero nosotros podemos ser otros; tal vez, mejores