Durante mucho tiempo se ha mantenido la creencia de que en las relaciones personales la mujer busca sentirse protegida y el hombre sentirse protector. Por ese rollo de que en la prehistoria eran los varones los que iban a cazar y ellas las se quedaban al cargo de la tribu.

Resulta que ya no somos neandertales, que estamos en el siglo XXI y que esas creencias resultan anticuadas y machistas.

La realidad es que el ser humano tiene tendencia a crear vínculos afectivos estables y profundos. Las necesidades emocionales no entienden de sexo, sino de personas, y hay una que compartimos todos: el deseo de ser amados profunda e incondicionalmente. Y no lo digo yo, lo dijo John Bowlby ya en 1973, un señor muy listo que desarrolló teorías claves en la psicología evolutiva.

Buscamos sentirnos queridos y protegidos por ese amor. Entendiendo protección no como la necesidad de que nos defiendan, sino como la calidez de saber que ese vínculo no va a desaparecer, la seguridad de saber que no nos van a abandonar. El bebé necesita experimentar esa incondicionalidad con sus referentes, habitualmente sus padres. Pero en la adolescencia y vida adulta mantenemos ese deseo de sentirnos amados, de saber que alguien nos mira y que no somos invisibles. Y es ahí donde encontramos un lugar seguro.

Por ello, la importancia de crear relaciones seguras y de ofrecer un amor maduro y estable a las personas que considero realmente importantes. Así como aspirar a que me quieran así, con un amor fuerte y sólido. Esa es la verdadera protección para la mujer y el hombre, el mejor impermeable con el que enfrentarnos a la vida misma.