Y estábamos, aquel grupo de amigos, amigas, hijos e hijas, que nos conocíamos bastante, que pasábamos mucho tiempo juntos y sabíamos que todos estábamos bien. Hacíamos un pequeño grupo en la playa, a orillas del mar y plácidamente conversábamos y bañábamos. En aquel momento, vino un responsable de los vigilantes de la playa pidiéndonos que nos separáramos y mantuviéramos las distancias marcadas. Y con esto, empezó la tormenta. Alegábamos que no era justo aquello comparado con otras circunstancias, que si el bar de la esquina, que si la terraza, que si había más gente que no le habían dicho nada, y más cosas, indignados y enfadados empezamos a comentarle al socorrista y todo acabó con un policía, en su moto de playa, pidiéndonos, por favor, que cumpliéramos las normas. Y lo hicimos.

El día anterior, en televisión salían imágenes de grupos de jóvenes en el mar, en las discos, en los botellones y permanecíamos perplejos e indignados ante el incumplimiento de las normas establecidas. Y llegamos al asunto y éste es que todos lo hacen mal, menos tú, es decir, todos los demás no tenían razón justificada para reunirse y nosotros sí. La crítica es barata y fácil. Pero ¿qué nos pensamos?, ¿que aquellos otros grupos no tienen la idea, el pensamiento de su inmunidad es el igual que el que teníamos nosotros? Es la máxima hipocresía, tal que a ellos sí y a mi no.

Esto lo pensamos, normalmente, reunidos en mesas o círculos en los que no hay las distancias oportunas sintiendo nuestra razón y la acción inconsciente de los demás. Pues no, es un esfuerzo colectivo y es la máxima concienciación de todo el pueblo. Vale de hipocresías y todos a cumplir.