Hace poco oí cómo el escritor Roy Galán alzaba su voz exigiendo con premura la memoria histórica y yo, al igual que él, no logro comprender cómo en este país no hemos hecho de nuestra memoria algo primordial, algo sin lo cual no puede haber futuro. Leonard Cohen decía que no entendía cómo no excavábamos con nuestras propias manos para encontrar a Lorca, el mismo Lorca a quien tenemos la desvergüenza de llevar por bandera mientras se encuentra tirado en la cuneta de alguna carretera, sin saber dónde, y sin importarnos dónde. Como él, más de cien mil personas desaparecidas y represaliadas después de la Guerra Civil. Más de cien mil historias arrancadas de la Historia.

Para poder controlar a un pueblo tienes que acabar con su esperanza, una esperanza que nos regalan las palabras, esas que nos hacen sentir en compañía y a través de las cuales podemos explicar el mundo y darnos cuenta de que para combatir el odio, tan solo necesitamos no sentirnos solos. Todas esas personas que reclaman la dignidad de saber dónde, de despedirse, de nombrar y de llorar, merecen algo más que el simple desvanecimiento de sus súplicas. Sin memoria no hay futuro, y ellos, y nosotros, merecemos conocer la existencia de todas aquellas personas que salieron un día de sus casas, de sus ilusiones, temores y vidas para no regresar jamás.