A raíz de los últimos escándalos y casos de corrupción que ocupan los titulares de los diferentes medios informativos, aparece con frecuencia en boca de algunos políticos la expresión “presunción de inocencia”, con la que se pretende exonerar a personas afines implicadas en dichos asuntos y se utiliza con tal ligereza que al final termina por perder la verdadera naturaleza de su significado. En realidad el adjetivo presunto, cuando se utiliza precedido de culpabilidad, es una forma de evitar una posible querella, puesto que en la mayoría de los casos existe una convicción total de la misma por parte de quien lo pronuncia y en el caso de de preceder a inocencia también en muchos casos es una forma de solidaridad con alguien próximo afectiva o ideológicamente y en general no supone una intima convicción de la misma. La palabra inocente es usada frecuentemente en asuntos relacionados con la justicia y suele equipararse a honestidad cuando no siempre es así. En general cuando se dictan resoluciones judiciales se hace referencia a la no culpabilidad, puesto que de lo que se trata es de demostrar que en un posible acto delictivo no se encuentran pruebas que demuestren que se ha cometido tal delito, y por tanto puede ocurrir que un acusado sea absuelto sin ser inocente, todos conocemos a sinvergüenzas que jamás han sido condenados sin que esto suponga que sean inocentes. De hecho en justicia se buscan pruebas de culpabilidad, no demostración de inocencia, otra cuestión es el interés que se ponga en conseguirlas, lo que dependerá de la profesionalidad de quien las investiga o las juzga, así como de la habilidad de los implicados para eludirlas y de hecho en los veredictos se habla de “no culpable” para absolver a un acusado.

Ejemplos en este sentido los hemos visto en muchas ocasiones. Es conocido que el famoso gánster Al Capone, sanguinario asesino de los años 30 en Chicago, nunca pudo ser condenado por asesinato a pesar de que todo el mundo lo consideraba como tal, lo que desde una perspectiva judicial equivaldría a considerarlo inocente, nunca pudieron conseguir pruebas de culpabilidad y esto fue así porque en ese mundo, los capos nunca ordenan cometer delitos, solamente “expresan deseos” y son los sicarios a su cargo los que se encargan de hacerlos realidad. De una forma similar, en los casos de corrupción en los que se investiga a personas que están en la cúpula de organismos o instituciones es difícil demostrar la culpabilidad de las mismas porque nunca instan a la comisión de un delito ya que lo que hacen es rodearse de subordinados con la suficiente falta de escrúpulos a los que trasmiten un desasosiego o inquietud de que algo no funciona bien y son éstos los que en consonancia con la catadura moral que les caracterice, tomaran las medidas necesarias para satisfacer al jefe, que por otra parte así podrá tranquilizar su conciencia y poder seguir con la imagen de victima engañada.

Existen sin embargo algunas palabras que aun conservan toda su entidad, como es la decencia, de hecho provoca un gran enfado cuando a alguien se le recrimina su carencia y no es infrecuente reconocerla incluso entre adversarios y en este caso sí que puede equipararse con honestidad o actitud ética y desde esa perspectiva propongo la posibilidad de utilizar la expresión “presunción de indecencia” para aludir a aquellos que hablan de presunción de inocencia en relación con personas cuyo comportamiento destila una pestilencia moral insoportable.