Ha pasado tanto tiempo, si bien no ha pasado realmente nada sustancial en nuestra vida personal en este último año, en nuestro crecimiento y desarrollo como adolescentes.

No podemos obviar que desgraciadamente ha habido más de 76.000 fallecidos por la covid-19, con muchas familias que han vivido de cerca el dolor de no poder despedirse personalmente de sus seres queridos. 

Sirva este artículo también de reconocimiento y de solidaridad con el dolor de los familiares de las víctimas por culpa de un dichoso virus que todavía no sabemos a ciencia cierta cómo surgió.

No obstante, este artículo de opinión quiere reflejar el prisma desde el que se ha podido vivir esta pandemia por alguien que tenía 15 años cuando fue confinado el 14 de marzo de 2020  y que saldrá con 17 años el próximo 9 de mayo cuando se levante el estado de alarma, y como yo tantos otros jóvenes que habrán visto perdida parte de su adolescencia durante este último año y dos meses. 

Las adolescencias pérdidas pueden provenir de muchos factores, en algunos casos provocados por las mismas personas, si bien las más desgraciadas han provenido de factores exógenos como las guerras y en nuestro caso por culpa de una pandemia mundial.

Mis padres siempre me dicen que los 16 años, cuando estudiaban 3º de BUP, fue una de las épocas más bonitas de sus vidas. En cambio nosotros nos hemos visto privados de un mayor desarrollo vital en nuestras relaciones personales, salir con amig@s, de competiciones deportivas, de viajar, de festivales y conciertos, cine y teatro… Por poner un ejemplo más cercano, entre 4º de la ESO y 1º de bachillerato no hemos podido hacer programas de intercambios, viajes de fin de curso  ni incluso simples excursiones.

No se trata de cuestionar las bondades de si las medidas adoptadas fueron suficientemente justificadas, idóneas y proporcionales estando en juego tantas vidas humanas, sino de trasladar que una parte importante de nuestras vidas quedará marcada para siempre por la gestión político-sanitaria de la pandemia, sin perjuicio de las responsabilidades patrimoniales del Estado y de las CCAA a que haya lugar, tratándose de momentos de nuestra adolescencia perdida que nunca recuperaremos. 

Añadido a tanta incertidumbre personal y laboral en el futuro, ya que, tras la crisis sanitaria, estamos sufriendo una grave crisis económica en la era post-pandémica que generará mayor precariedad y desigualdad socio-económica.. Todo ello sin perjuicio de saber valorar nuestra capacidad de resistencia, de adaptación, de aprendizaje de nuevos valores y convivencia familiar durante esta etapa de nuestras vidas.