El otro día publicaba el periódico en primera página una representación de cómo quedaría la proyectada reforma de la Avenida del Puerto, en la que se apreciaba el edificio donde vivo. Se explicaba esta proyectada reforma, que dotará de mayor anchura a nuestras ya amplias aceras desde la reforma efectuada con ocasión de los eventos de la Copa del América. Pero uno, seguramente por edad, echa de menos aquellos tiempos en que se denominaba con el larguísimo nombre de avenida del doncel Luis Felipe García Sanchiz, cuando un seto central dividía las líneas de los tranvías que nos llevaban a las playas o a Valencia, como entonces decíamos.

Después, suprimidos los tranvías, pero persistiendo el seto central los autobuses de las líneas 1, 2, 3, 4 y 19 nos llevaban a la Malvarrosa o Nazaret; o nos devolvían a Valencia y además teníamos tres carriles por banda (no los cien cañones de Espronceda) ¡Qué tiempos aquellos!

Hay que luchar contra el contaminante automóvil; pero desde la Copa del América sólo podemos ir hacia el mar, como si quisieran ahogarnos a todos, con sólo dos líneas de autobuses: 4 y 92. Está bien bajar el carril bici de la acera, pero ¿es tan imprescindible el aumento de las aceras y la supresión de tantos carriles de circulación y aparcamiento?.