Probablemente durante el tiempo que me lleve escribir este artículo se suicide una persona en España. Según las estadísticas, se suicida una persona cada dos horas y cuarto. Efectivamente, es la primera causa de muerte externa no natural. Sin embargo, para gran parte de la sociedad sigue siendo un problema individual. Siento decirles que no, se puede evitar en muchísimas ocasiones con una buena actuación social y sanitaria.

El pasado 13 de diciembre la muerte de Verónica Forqué conmocionó a la población española. Rápidamente se supo que la actriz se había suicidado y empezó la hipérbole mediática sobre el tema. Tan solo once días antes, el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud aprobó la nueva estrategia de salud mental que sustituye a la aprobada en 2009. Este dato nos adelanta que cojeamos con el tema.

La nueva estrategia presenta por primera vez una actuación directa ante el suicidio. Aunque la acción parece muy positiva en un primer momento, falla en muchos aspectos. No se mencionan en ningún momento objetivos claros como el número de profesionales de la salud mental que tenemos que alcanzar en la sanidad pública. Todo es un "abstracto". Hay que hablar de dinero. Aunque Pedro Sánchez dio un presupuesto orientativo en octubre (100 millones de euros), en la nueva estrategia no vemos la cantidad de dinero que se invertirá ciertamente.

Por otra parte, recientemente hemos visto el control riguroso de la Covid-19. Sin embargo, cuando alguien se intenta quitar la vida el tratamiento muchas veces consiste en recetar dos o tres pastillas. Cuando una persona intenta quitarse la vida y no lo consigue, requiere de un seguimiento extremadamente riguroso porque es muy probable que lo vuelva a hacer.

Está claro que hay que educar en salud mental. No le quito importancia. Pero se necesitan sanitarios, fomentar la entrada en la sanidad pública de los profesionales (que los hay); se necesita dinero, inversión en salud mental; y necesitamos empatía. No es mi problema ni tu problema. Es un problema colectivo.