Tenemos con el agua una relación bipolar. Igual la amamos y necesitamos hasta la desesperación, que la odiamos y rechazamos con vehemencia. El liquido elemento nos es indispensable para la vida, mientras que hay ocasiones que nos la pone en peligro, e incluso nos la arrebata. La frecuentamos como si tuviera voluntad propia, como si fuera una criatura caprichosa y arbitraria, difícil de manejar. Cuando no la dominamos, necesitamos personificarla, atribuirle cualidades humanas, hacerla responsable absoluta de sus actos, para desprendernos de nuestra responsabilidad. Para justificar nuestra imprudencia y falta de interés.

Cuando tenemos sed, calor, o cuando necesitamos depurarnos, recurrimos a ella con resolución, con exigencia, sin miramientos. Pensamos que debe estar a nuestro servicio porque para eso ha sido creada. Hemos aprendido que en gran parte somos agua, que somos sus hijos, y por ello tiene la obligación materna de cuidarnos. Cuando se enfurece, se sale de sus cauces, cuando escasea, cuando se corrompe y nos enferma, nos enojamos con ella, porque no aceptamos que nos reprenda, que nos castigue, que nos exija nuestras obligaciones. No admitimos una relación mutua en igualdad con nuestra madre; porque estamos acostumbrados a que las madres siempre nos lo den todo, nos perdonen y, a menudo, nos justifiquen.

Pero un día alguien nos dice que hemos de hacerle un homenaje, que le debemos mucho, que tenemos que agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros, y qué menos que dedicarle un poco de nuestro tiempo y atención. Pero que además ese día ha de servir para mejorar las relaciones con nuestra madre: para quererla, cuidarla, compartirla y prolongar su existencia con la nuestra, para cambiar nuestra actitud antes de que sea tarde. Y que, si no lo hacemos, tal vez nuestra madre se queje, pero pierda fuerzas, caiga enferma, incluso pueda fallecer, nos deje huérfanos y fatalmente perdidos…

Por eso desde 1993 se celebra el “Día Mundial del Agua”, para visibilizar sus problemas y necesidades, para alertarnos de la responsabilidad que tenemos con nuestra madre, para conocerla y tratarla con amor, para tomar conciencia de su importancia vital, y para que nos demos cuenta de que es una madre dependiente, que no tiene voluntad propia, y de que su bipolaridad, sus cambios de humor dependen exclusivamente de nosotros. Y para que no olvidemos que tenemos un inseparable futuro común.