Como dice mi amiga Asun: “Nada más por el hecho de madrugar en un sábado soleado y venir a encerrarse para escribir en este Marató habría que darles a todas y a todos un premio”.

Y la mañana del 30 de abril llegaron puntuales, y posaron a los pies de Luis Vives para hacerse la foto de grupo, mientras que el insigne humanista y filósofo, alzando ligeramente la mano derecha, parecía decir: “Acercaos paisanos, que yo también pertenezco a vuestro grupo; de hecho soy el más viejo, y el más antiguo de este lugar; aunque, por ser judío, apenas viví dos años de mi vida en esta recién estrenada Universidad de Valencia. Disfrutad de ella estimados, y no permitáis que nadie os robe la palabra ni os destierre por el mero hecho de ser mayores”.

Las cuarenta y una personas se acomodaron en “les aules seminari” de La Nau dispuestas a comenzar el Marató de microrelats València +55. Todo estaba en su lugar, a nadie le faltaba papel ni bolígrafo, hasta la temperatura era suave…, pero los duendes de la incertidumbre siempre están al acecho. Se nos aproximó uno de los concursantes y nos dijo que la plantilla de escritura estaba incompleta y errónea: le faltaban ocho líneas para completar las cien palabras y los números no eran correlativos. Desconcierto de los organizadores, se nos pusieron las tripas del revés…Tranquilidad. Todo tiene solución si hay voluntad. Y en un plis-plas resuelto: “Os olvidáis de la numeración de líneas y se añaden ocho a continuación de la última ¿Os parece bien?” “De acuerdo”, dijeron todos, y el problema resuelto.

Proseguimos con la bienvenida a la Marató y la lectura de la carta que nuestro amigo, escritor y maestro de escritores, Vicente Marco nos había remitido; explicamos el protocolo de escritura, y resueltas las dudas, comenzó la primera parte. Media hora de escritura y, finalizada, media hora de selección del ochenta por cien. Difícil tarea del jurado. No resulta fácil dejar fuera de concurso a alguien, pero hay que hacer nuestra labor. He de confesar que era mi primera vez y estuve tan tenso y nervioso que habría preferido ser un concursante.

Para la segunda parte quedaron treinta y tres. Media hora de escritura y, de nuevo, media hora de selección. Teníamos que escoger los diez mejores relatos. Os aseguro que todos los miembros del jurado leímos y releímos los treinta tres, y tuvimos que elegir. Y los tres estuvimos de acuerdo, sin fisuras.

En la tercera parte entraron la decena de elegidos, pero también todos los que quisieron acompañarlos y participar en el ejercicio, sin derecho a premio, pero con derecho al sorteo de libros. Pensamos que de esta manera se sentirían arropados. En media hora acabaron, se relajaron, se marcharon, y nos dejaron a nosotros la responsabilidad de elegir a cinco entre diez.

Y el equipo funcionó como un engrasado reloj de cuerda, dando precisas opiniones, consensos, y la hora exacta: los tres concordamos en los elegidos; como si toda la vida hubiésemos trabajado juntos, y era la primera vez que coincidíamos.

Se llenó de nuevo la sala con todas las personas participantes, y procedimos a nombrar a los cinco premiados empezando por la quinta y terminando por el primero. Sorpresas, risas, aplausos, abrazos, fotos de entrega de diplomas y premios en metálico. Y para culminar la fiesta, sorteo de siete lotes de libros (sesenta) entre todas las personas participantes. Nuevas risas, aplausos y parabienes. Agradecimientos mutuos, muchos abrazos y deseos de repetir.

Terminado el día, descansando de la febril jornada, me viene a la memoria alguna reflexión acerca de los microrrelatos; como que en la escritura el tamaño no importa, y que el ejercicio de sintetizar una historia en pocas palabras plantea un gran reto creativo; pensamiento que me lleva al sabio mensaje de Vicente Marco: “CREAR. Este, sin duda, es nuestro gran tesoro. Todos poseemos ese don”… “El verdadero premio no es el reconocimiento, ni el diploma, ni unos cuantos libros. El verdadero premio es vuestro proceso de creación”.

Gracias a todas las personas participantes, a la colaboración de La Nau Gran Centre Cultural y la Nau Gran de la Universitat de València, al IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno) y al Museo Nacional de Cerámica González Martí por los libros que nos han regalado, a Vicente Marco por sus palabras y enseñanzas, al periódico Levante-EMV por publicar la reseña “, a todos los que directa o indirectamente han colaborado para que este proyecto cultural se haya alcanzado; y gracias entrañables a mis compañeros en la organización: Asunción Martorell, María Luisa Pérez y Pepe Sanchis, indispensables para que este sueño se haya hecho realidad.