Era un lunes cualquiera en el que había departido conversación con mi antiguo amigo Francisco, al que había conocido hace casi 40 años y del que por destinos de la vida, nuestros caminos se habían separado hace unos 20 años estando tan cerca y tan lejos al mismo tiempo, debido a los avatares de la vida tanto personales como laborales. Esto se había propiciado debido a mis cambios de domicilio por asuntos laborales, aunque siempre conservé la casa de la playa, ya que fue nuestra residencia de recién casados y donde criamos a nuestras hijas.

               Quedamos ese lunes en vernos y comer juntos para contarnos durante mucho rato, ya que con mis 63 años, habían pasado demasiadas cosas durante tanto tiempo sin contacto y todo lo que nos había sucedido en el intervalo de tanto tiempo, cosa que solíamos hacer en los tiempos que nuestra amistad perduraba en espacio y tiempo de antaño. Conversaciones respetuosas y respetables que sirven para llegar a conocernos aun más si cabe, después de tantos años de amistad sincera.

               Nos llenó de alegría el encuentro y dando un paseo, nos fuimos hacia el restaurante en el que íbamos a deleitarnos con la amena y esperada comida hablando tanto de temas banales, como de situaciones por las que habíamos pasado y que ahora se recordaban con cierta nostalgia.

               Fue una comida muy agradable para ambos y ya que mi problema en ese momento era la realización de tres veces al día de una diálisis domiciliaria cada 8 horas, decidimos dejar pendiente una nueva comida y el compromiso real de no volver a perder el contacto al menos durante tanto tiempo como había pasado en esta ocasión.

Una vez hecha la citada operación de limpieza de mi cuerpo, con extrema meticulosidad, me dispuse a relajarme en el sofá de mi segunda casa, esperando la llegada de mi mujer que se produciría un rato después.

               Cenamos y como cualquier pareja, nos dispusimos a ver la televisión en la comodidad de nuestro salón y arropados por nuestro sofá.

               Eran las 11 de la noche aproximadamente, cuando suena el teléfono y al cogerlo, aprecio un número largo y desconocido para mi, pero de los que te hacen poner los pelos de punta, ya que intuía que era de algún organismo sanitario y además era una llamada más que esperada, pues hacía más de dos años que se podía producir debido a mi estado de salud y a mis continuas sesiones de diálisis que me esclavizaban a un horario del que no podía escapar.

               Contesté con algo de nerviosismo y desde el otro lado de la línea de teléfono pude oír una voz que preguntaba por mi nombre y apellidos, para asegurarse que era conmigo con quien la interlocutora estaba conectando, dándose a conocer como la doctora que coordina los trasplantes en el hospital.

               Ante mi afirmación, escuché las palabras que tanto tiempo estaba esperando recibir y que en ese momento se hacían realidad:

               - Tenemos un riñón compatible con sus características y le pedimos que acuda al hospital tan pronto le sea posible, para poder iniciar el protocolo de trasplante.

               En ese momento y de una manera fugaz, rápida en indescriptible, se agolpan en la mente toda una serie de sentimientos de alivio, temor, nerviosismo, incredulidad, ganas de reír, ganas de llorar, felicidad y miedo tan reales, que dejo a la imaginación de cada uno lo que estas palabras significan, cosa que estoy seguro que se podrá entender lo que quiero decir con todas ellas.

               Por supuesto, dejas de lado todo lo que estas haciendo en ese momento y dentro del nerviosismo de la situación, por una parte, felicidad por tan esperada comunicación y por otra algo de miedo a pasar por una fase desconocida por uno hasta el momento, se va recogiendo todo lo que ya estaba previsto y después de mucho tiempo se ve palpable en un próximo futuro.

               El viaje de una hora y media hasta mi residencia habitual hoy en día, se realiza bajo la luz de las estrellas y en la oscuridad que nos da la noche para poder estar a primera hora en el hospital tal como nos solicitan desde el mismo. Viaje lleno de silencios, incertidumbres y pensamientos, en hechos banales y a veces sin transcendencia, pero que alimentan la mente entrelazados con el devenir del día siguiente y la consecución de lo que se esperaba hace tiempo y que creías que no iba a llegar al menos por el momento.

               Llegamos a casa e intento relajarme, por supuesto sin poder conseguirlo, dada la situación por la que estoy pasando y que estoy seguro se convertirá en trascendental para el resto de mi vida.

               Pasan las pocas horas que me quedan para acudir a la atención sanitaria que según el aviso estoy apunto de recibir y son horas tremendas en las que por una parte se piensa en todo lo que has pasado hasta ese momento y por otra, cabe la esperanza de una nueva manera de afrontar el futuro con una vista en el mañana de una manera diferente y todo ello pasando antes por la tan temida operación, que aunque sabes que no vas a ser consciente de ella, recelas de salir airoso, apartando tanto pensamiento truculento y oscuro de este paso a realizar.

               Después de dar una última mirada a los enseres cotidianos de la casa (desconozco yo también el motivo), salimos hacia el hospital co. La incertidumbre metida en el cuerpo por una parte y la esperanza de volver pronto a casa, al menos eso quieres.

               Ya en el hospital, una vez entregada la documentación pertinente, me hacen pasar a la sala de espera donde a pesar de ser muy pronto, se vislumbran caras de dolor, incertidumbre, hastío y aburrimiento hasta que sea cada uno llamada través de las pantallas existentes para ello.

               Unas horas en las que me realizan exploraciones y pruebas como radiografías, pcr, electrocardiogramas, etc. Todo ello hasta pasadas unas horas, me avisan para ingresar en la habitación destinada a trasplantes, dado que está más vigilada y aislada que el resto y en la cual pasaré los próximos 10 o 12 días.

               Me preparan con la medicación pertinente y la vía así como para evitar trombos, las medias de compresión. Me convenzo de que la cosa va en serio y lo único que me alivia mi ansiedad, es el silencio y el agolpamiento indolente de miles de pensamientos que me vienen a la cabeza, algunos inconexos y banales.

               Llega la hora y me llevan a quirófano convencido de que todo va a ir bien y como siempre me decía mi progenitora, si hay que pasar por ello, hay que hacerlo de un manera valiente, con coraje y seguridad de éxito. De esa forma parece que uno se convenza más convencido de esa realidad y esperar que todo termine bien.

               Una vez dentro del quirófano, apercibo unas cuantas personas con batas y trajes verdes, que se acercan a mí y me preguntan mi nombre y origen con el calor de un gran foco encima de mi cuerpo tal que su intensidad me produce calor y me deslumbra. Creo que me empieza a temblar la vista de todo ello y acto seguido, pierdo la consciencia provocado por la anestesia que no sé de que modo me inoculan.

Han pasado casi 4 horas y empiezo a despertar de la intervención en un box de reanimación y de una manera gradual, me voy dando cuenta de que todo lo que estaba viviendo no pertenece en modo alguno a ningún sueño, sino a una realidad con la esperanza de que todo haya ido lo bien que habíamos esperado.

               Mi familia en la sala de espera habilitada para ello y pendientes de cualquier noticia referente a mi estado de salud actual, cosa que se les informa y tranquiliza, por el mismo cirujano que realiza la operación.

               En este punto, quiero destacar la profesionalidad y amabilidad de cada uno de los componentes de este espacio, ya que vuelves a la realidad con temores fundados y ellos saben darte esa tranquilidad que en ese momento se necesita. Sin dolor, que era lo más temido y bastante aturdido, quedo a la espera de que mis constantes se normalicen y pueda ser trasladado a la habitación donde me esperan días duros pero llenos de esperanza.

               Vigilancia sanitaria continua, cada dos por tres entran enfermeras para control y cambios de goteros y demás fármacos. Conté hasta cuatro goteros al mismo tiempo, cosa que me hizo albergar algo hinchado, una cantidad de líquido en mi cuerpo produciéndome edemas en manos y pies, aunque todo ello y por supuesto sabiendo que es para mi recuperación y siendo todo ello lo indicado en el momento justo.

               Casi sin moverme, pero con la cabeza a mil por hora, siento una tranquilidad pasmosa amén de ello una inmensa felicidad al pensar que empieza una segunda oportunidad de forma de vida animada por tranquilidad que se transforma en felicidad y por supuesto, un gran agradecimiento a todos y cada una de las personas que han hecho posible tal milagro y por supuesto, al gran gesto del donante que desde aquí consideraré siempre algo mío aunque no pueda expresar mi gratitud de manera personal.

               Continuos cambios de goteros, toma de presión, temperatura, oxigenación, etc. Así paso las primeras horas después del acontecimiento. Me curan la herida sin dolor alguno y con 41 grapas atravesando mi piel, pero todo ello vale la pena si pienso, como así lo hago en un futuro próximo, que si sale todo como debe ser, me daría una libertad que hasta ahora no había podido disfrutar debido a los horarios necesarios en las maniobras de diálisis.

               Siguieron días en los que las analíticas, ecografías, y visitas a los doctores nefrólogos, eran la tónica general para vigilar el buen funcionamiento del nuevo implante, hasta que llega el día esperado que recibes el alta hospitalaria y llegas por fin a casa pareciéndote que has pasado una larga temporada fuera de ella y que vuelves renovado, feliz y contento.

               Hace 44 días de mi intervención y puedo decir que mi estado de salud ha mejorado aunque aún convaleciente, veo el futuro con mejores visos que antes de ella. Aún me falta bastante para estar al cien por cien de mi rehabilitación y que según los médicos, la diferencia será notable conforme vaya pasando el tiempo. Me armo de paciencia y así lo creo y espero. Quisiera decir que el factor sicológico es mas que fundamental en la recuperación, ya que tu cuerpo responde de una manera óptima si realmente estás convencido de que la mejoría se produce sin duda y es verdadera.

               

               Quisiera que estas líneas fueran dirigidas sobre todo a las personas que están pasando por la situación de espera para el trasplante y sobre todo para darles ánimos hacer meditar que es algo que lejos de temer, esperamos con ansia y que hace mejorar nuestra salud física y mental.