Si bien todos tenemos derecho al básico principio de la «presunción de inocencia», poco de ello debe quedar para aplicárselo al «mea pilas» hipócrita, cínico y deleznable exministro Jorge Fernández Díaz, pues ya sólo le es de aplicación ese otro principio, tan básico como el anterior, de «presunción de culpabilidad». Este elemento, individuo o espécimen execrable en toda su extensión tanto política como personal, ha dejado patente (si bien ya lo hizo en su época en activo en diversos momentos y aspectos de su etapa política) que su catadura moral, en lo ético, lo dejó por los suelos, en el fango más asqueroso, cuando hacía y negaba, prácticamente lo segundo a continuación de lo primero, hechos tan reprobables políticamente como, en ocasiones, delictivos. Y si la justicia española deja que se vaya de rositas en lugar de juzgarle y condenarle por tantos delitos, como están quedando demostrados, contra el estado, o sea contra el pueblo, contra la ciudadanía, ésta demostrará una vez más que su credibilidad se debilita a medida que pasan los años y no está a la altura de la democracia moderna que en España pretendemos consolidar