El índice de natalidad sigue en caída libre y, paradojas de la ideología progresista, cada vez se ofertan más plazas públicas en el primer ciclo de Educación Infantil. El término “subsidiaridad”, ése que originalmente afirmaba que el Estado ha de ofertar plazas escolares públicas donde la iniciativa privada no alcance a cubrirlas, ha quedado en desuso e incluso ha invertido su significado inicial.

La rivalidad por conseguir nuevas matrículas ya no se da solamente entre colegios privados concertados, sino que a esa batalla por la subsistencia también se han sumado muchas escuelas públicas que se están quedando sin alumnado. Y es por eso por lo que hay centros educativos que ofrecen una educación plurilingüe, en cuatro o cinco idiomas, metodologías activas y musicales, trabajos por proyectos o el desarrollo de las inteligencias múltiples con la intención de atraer a esas familias que andan más que despistadas.

Y uno se pregunta dónde han quedado los grandes ideales que promovieron la creación de muchos de esos centros educativos y qué subsiste de ese ideario basado en el humanismo cristiano que atraía por sí solo a las familias con sentido común. Porque eso de aprender inglés, alemán o francés desde los dos o tres años puede que tenga su atractivo o incluso su gracia, pero si la cosa no pasa de ahí, no nos debería extrañar que nuestro hijo sea en el futuro una persona plurilingüe, claro que sí, pero también egoísta y engreída.

Algunos colegios se han centrado tanto en el inglés, en la robótica o en los musicales historiados que han atraído a muchas familias interesadas únicamente por esas metodologías y contrarias abiertamente a los ideales cristianos que fundamentan el día a día de esa comunidad educativa. Y así, en consecuencia, se da la paradoja de que las familias que de verdad se veían atraídas por el ideario del colegio están dando de baja a sus hijos o ya ni se plantean matricular a ningún otro.

¡Entonces, ¿qué puede hacer un equipo directivo para que en su colegio aflore de nuevo su ideario primigenio y atraiga a las familias que sí lo desean para sus hijos? Pues centrarse en lo importante, no en lo accesorio, y estar dispuestos a que desaparezca esa lista de espera a la hora de nuevas matrículas o incluso a perder parte de su alumnado. Porque cualquier centro educativo puede trabajar por proyectos, dar unas clases en chino o enseñar a palmear con los pies, pero eso de tratar a cada discente, a cada familia, o a cada docente como personas singulares, libres y abiertas a la transcendencia sólo lo pueden hacer los mejores. Y lo mejor, lo bueno, siempre atrae.