Tengo mi casa llena de espíritus queridos y bondadosos. Puedo ver las lamparillas encendidas flotando en aceite; una por cada difunto, que mi madre disponía con mimo y amor en el lugar más recogido y oscuro de la casa. «Ahora también hay una por ti», pienso.

No puedo compartir el folklore irreverente de nuestra memoria sentimental, el espectáculo comercial con los muertos. La ficción es para la novela y el cine, pero no debe deshumanizar y degradar el culto a los muertos. El homenaje a los difuntos es necesario, el recuerdo luminoso, incluso el regocijo por su memoria; pero nunca el esperpento macabro, comercial y lucrativo. No existen muertos amenazantes y peligrosos, ni siquiera aquellos que lo fueron en vida.

Nadie podrá enturbiar tu tímida sonrisa ni tus desvelos, madre. Ningún Halloween podrá degradar tus dientes de oro y tus ojos chispeantes, padre. Si acaso, me complacería que Halloween, con su «truco o trato», pudiera recuperar los huesos de esos espíritus masacrados y desaparecidos que todavía hoy habitan el suelo patrio.