Un divorcio con hijos es una de las experiencias más traumáticas por las que puede transitar cualquier ser humano, máxime si los progenitores no anteponen el bienestar de los hijos en común a sus egos personales. Desgraciadamente encontrar parejas cabales que sepan divorciarse de forma civilizada no es frecuente. Es ahí donde entran los litigios por la custodia de los hijos, los fenómenos de manipulación y triangulación, hasta llegar incluso al empleo de procedimientos penales y acusaciones espurias. En última instancia, llegamos a los trágicos casos donde un progenitor prefiere acabar con la vida del hijo en común antes que compartir su crianza con su otro ascendiente. Todo ello ocurre, desgraciadamente, porque la legislación actual promueve el conflicto, la confrontación y el pleito, situando al menor en el centro de la contienda de sus padres. 

La evidencia científica certifica que la guarda y custodia compartida beneficia a la inmensa mayoría de los hijos de padres divorciados. Es más, la ciencia prueba que los sistemas de coparentalidad podrían disminuir no sólo la tasa de suicidios entre los progenitores divorciados, sino también la tasa de maltrato infantil y violencia familiar, porque con un sistema de custodia compartida, ambos progenitores tienen igualdad de derechos y deberes con los hijos. 

Una legislación favorable a compartir la crianza minimizaría las carnicerías emocionales que se perpetran en los juzgados de familia cuando a se cosifica a los niños, se les toma como rehenes en procedimientos judiciales que duran toda su infancia, o se les obliga a tener que decidir entre papá y mamá. Criemos a niños que no tengan que recuperarse de su infancia.