«Nos interesa que el Llevant esté en 1ª, así tenemos 6 puntos seguros». La milonga se repite como un mantra desde hace décadas. Sin embargo, jamás sucedió. En el marco de la socarronería en que se vive la rivalidad, los merengots „a medio camino entre el paternalismo y un temor atávico„, se han burlado a sus anchas de la funambulesca peripecia vital granota.

Desde el Cabanyal y los escasos reductos blaugrana de la ciudad no quedó otra que agudizar el ingenio ante la aplastante superioridad deportiva del vecino. Los tímidos recursos se basaban en el decanato y la antigüedad de los levantinos y también en el carácter de aldea gala de la Valencia marítima. Sin embargo Rafa Benítez „con sus dos Ligas„ y Cúper y Ranieri „con la proyección europea„ hundieron una resistencia cabanyalera de décadas. El feudo dejó de ser irreductible. En otro tiempo hubo un pueblo hostil para los blanquets en el que salir a la calle con un chándal del Valencia era exponerse abiertamente a la mofa; pedirla a gritos casi: «T'ha cagat un colom» decía alguien y el interfecto buscaba el excremento hasta que los otros le señalaban el escudo, desternillándose. Pero eso fue hasta que los éxitos más recientes derribaron la hegemonía granota. Los niños eran minoría en los colegios. También en el Cabanyal.

Esto se acabó para siempre. Como si se tratara de la canción del tio Canya de Al Tall y de «les cròniques més noves», el levantinismo „a base de esfuerzo y sacrificio„ ha ido recuperando espacios y la ciudad vuelve a teñirse, por muchos rincones, insólitos hasta hace poco, de blaugrana. Parecía imposible que en escuelas fuera del Marítim pudiese haber una sólida oposición cromática. Y hoy existe. Se acabó el mito aquel de «yo es que en el colegio era el único levantinista y todos se burlaban de nuestra triste existencia». El Llevant UD recuperó la autoestima y incentivó una militancia diferente, desde una valencianidad distinta de la oficial, lejos del esperpéntico salvapatrismo que inunda Mestalla cada domingo, donde las patentes de corso se acompañan del «per a ofrenar» y donde el «flamege en l'aire» se interpreta sobre un fondo de banderas rojigualda. En Orriols no somos más de nada, pero tampoco menos. Y, sobre todo, tenemos a gala compartir la grada con aquel que lo desee, sin exclusiones genuflexas.

Al margen de todo esto, pero muy influenciado por ello, el levantinismo ha escampado sus colores por la sociedad valenciana, ha atraído a descreídos y ha conquistado simpatías. Lo ha hecho sobre tres pilares: la permanencia en 1ª, la recuperación económica y los valores propios y singulares. Cualquiera de los tres sin los otros no serviría para nada. El Llevant ha sido capaz de reinventarse para sobrevivir, de aferrarse a unas raíces hondas como el siglo largo de historia que lo contempla y, más allá de resultados y guarismos, encontró su lugar en el mundo, en Orriols, sobre los cimientos de la humildad, con el coraje por bandera, con el puntito de suerte que requiere toda empresa exitosa.

Hoy Orriols estará lleno hasta la bandera. Será el primer derbi de este siglo en que las gradas muestren un aspecto semejante. Con unos precios elevados además. Es el síntoma de que un nuevo levantinismo emerge pese a la presión mediática de los gigantes y a la capacidad del Valencia como flautista de Hamelín que todo lo arrastra hacia Mestalla. Es posible además una nueva victoria en Orriols. Y un paso más en la determinación blaugrana por seguir reconquistando el cap i casal fluvial y marítimo de los históricos Gimnàstic i Llevant FC. Hoy, guste o no guste, y le pese a quien le pese, hay una realidad indiscutible: Valencia es más blaugrana de lo que ha sido en el último siglo. Y una nueva victoria granota disparará un proceso irreversible.