Un año triste
J. L. García Nieves
ARegües siempre le admiré la juventud. Podría haber sido mi padre (de algún modo lo fue de todos, durante el éxodo, ya saben), pero siempre fue más joven, más vitalista, más entusiasta. Sus columnas, su modo de encarar el domingo, eran un canto a la felicidad. Poco importaba el rival, su Atleti o el Alzira. Simplemente, era día de partido y de Orriols, de ver a los amigos y de disfrutar del Levante. Imagino que su medio siglo de militancia fue una sucesión de primeras veces, cada quince días, con el mismo furor adolescente. Quién pudiera vivir así la vida, de esa manera, ajeno al desencanto, con esa fe.
Hoy hace un año que nos despertamos con aquel mazazo. Me pilló en la redacción, con el mono de faena, en pleno domingo de luto tras palmar en Mestalla. Apenas pude encajar la noticia hasta que entrada la tarde Minerva me pasó la información del día siguiente: «Regües ya es memoria levantinista». Qué impacto. A veces la deformación profesional nos impide procesar los asuntos hasta que no los vemos ordenados en columnas, titulares y despieces. Para Salva se reservaba doble página, con foto central y cuatro artículos de opinión: Sempere, Cervera, Catalán padre, Bens. La maquetación que despide a los grandes.
Reconozco que la añoranza de hoy es más fuerte que la devoción que le profesé a su «Granotes». Echo de menos estos días la inocencia de quien era capaz de desdramatizar e ilusionarse. Y también su buen juicio a la hora de señalar los caminos incorrectos para el club. No ha sido un buen año. Salvo los tres últimos partidos de la pasada temporada, desde que se marchó el 5 de enero de 2014 no ha habido muchos motivos para la sonrisa. El mayor hito, de hecho, ha sido la venta millonaria de un futbolista al Madrid. Quizá el último récord que echa el cierre al lustro de los récords. Una buena noticia económica flotando en un magma espeso de fútbol renqueante, nula brillantez y la sospecha de corrupción sobre todos los héroes del renacido Levante. Casi nada.
Pensaba estos días de abstinencia futbolera que quizá la normalidad sea esto. No que tus jugadores se vendan, presuntamente, sino la monotonía de las temporadas en las que, simplemente, no pasa nada salvo el tiempo. Ahí está el reto para esta grada aletargada y conformada. Para bien o para mal, el drama de las últimas décadas siempre situaba al club en un ángulo cinematográfico. Podría sobrevenir una desgracia o, de vez en cuando, una alegría, pero tenías asegurado el suspense y la histeria.
Hoy se trata de no perder la ilusión en este contexto de anemia deportiva y social. De momento, lo único bueno que puede ofrecer el club es monotonía. Que pase rápido esta temporada sin más sobresaltos para el corazón que alguna victoria emocionante. Que ese «asuntillo» judicial sea discretamente cerrado y que podamos volver a empezar el verano en busca de nuevas ilusiones. De momento, seguiremos buscando en las páginas del domingo ese grito que nos empuje al estadio.
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