Con un bagaje desolador, puntito a puntito, el Levante UD sobrevive a duras penas en la zona baja de la clasificación. Anoche sumó otro empatito, esta vez ante un rival directo, en un muermo de partido. Sus méritos se definen en diminutivo, porque hoy es un equipo muy alejado del grupo bregador y excitado de las últimas temporadas. Necesita pasar por el diván de forma urgente, liberarse de la ansiedad y renovarse de cara a la segunda vuelta, que se cierra la próxima semana con la visita al colista, el Elche. A la espera de un cambio que no llega, no le queda otra que aferrarse a la idea de ser el menos débil del vagón de cola. Si no gana en el Martínez Valero, se encenderán las alarmas.

Levante UD y Deportivo ofrecieron un primer tiempo tedioso, propio de dos equipos que se encuentran al borde del precipicio. No hubo tensión, ni valentía, ni chispa en el primer tamo del encuentro. Nada. Si acaso, el juego se animó un poco antes del descanso, cuando las posiciones ya estaban sobradamente definidas y, obligatoriamente, existía la necesidad de hacer algo más que defenderse. Al equipo gallego hay que agradecerle, al menos, algo de mayor ambición. Fue un poco más osado, con los interiores (Cuenca y José Rodríguez) muy adelantados, acompañados por Toché y Lopo en la zona de los tres cuartos. Semejante acumulación de futbolistas en esa región del campo, obligó al Levante UD a cavar más su trinchera. Se produjo un atasco monumental, como en la V-30 a las 8 de un viernes por la tarde.

El partido transcurrió con mucha lentitud, a un ritmo tan flemático que la gente se aferró a la idea de un espectáculo mejor a medida que corriese el reloj.

El mejor del Levante UD en la primera parte fue el canterano Iván López, un lateral de gran recorrido y la sangre muy caliente. La savia nueva que necesita Orriols para quitarse la preocupación que lleva encima, pues pasan las jornadas y no pasa nada. Y que no pase nada es muy mala señal para un equipo de fútbol.

El choque adquirió más ritmo a partir de la media hora. Hasta el Deportivo anotó un gol en fuera de juego, síntoma de que el partido estaba más vivo. La gran virtud del Levante UD fue la de defenderse muy bien, sin dejar espacios. De tal manera que Diego Mariño tuvo muy poco trabajo. Algún remate inocente y poco más fue su hoja de servicios antes del descanso.

En la otro área hubo menos emociones. Barral, por ejemplo, no llegó a recibir ninguna vez el balón en condiciones. Pese a la escasa fluidez del juego, no hay que quitarle deméritos. El delantero no aportó mucha voluntad. El peligro llegó por la zona de Morales, el futbolista más incisivo del lado «granota». Se fue un par de veces de su marcador y poco más, mientras Ivanschitz fue un muñeco en la banda izquierda, donde Alcaraz se ha empeñado en situarlo. El austriaco tiene un don para el chut, pero está muy lejos del perfil de un interior. Le falta velocidad y recorrido. Los intentos de Casadesús, el futbolista más dinámico de su equipo anoche, por dar juego a sus compañeros resultaron inútiles.

Los dos equipos dieron un paso adelante tras el descanso. Primero fue el Deportivo en mostrar más ambición por la victoria. Dispuso de dos ocasiones clarísimas en apenas dos minutos. En disparos a bocajarro de José Rodríguez y Cuenca, respondidos con mucho arrojo por Mariño. El ansia del Deportivo le vino bien al Levante UD, y al partido, que entró en un nuevo escenario. El equipo de Alcaraz, por fin, llegó al área por la vía vertical, con dos remates de Casadesús y Barral que reflejaban un cambio de actitud.

Orriols respondió, a continuación, con una pitada a Oriol Riera, que se estrenó con el Dépor tras rechazar la oferta del Levante UD y elegir al rival de anoche. Era evidente que Víctor Fernández apostaba decididamente por la victoria a unte un contrincante irregular, que jugó a impulsos, a veces desquiciado. Para colmo, Alcaraz retiró del campo a Iván López, el mejor hasta entonces, una decisión que generó mucho rechazo en la grada. El entrenador dio entrada Rubén y El Zhar, dos incorporaciones lógicas para reactivar a un equipo gélido. El Levante UD se creció en la recta final del encuentro. Al menos, era un equipo con nervio. Pero no le fue suficiente. Falto de armonía, de espíritu colectivo, se acercó al final del partido con muy poco que decir. Es un muermo. Un dato para la reflexión: el Levante UD no chutó ni una vez entre los tres paños.