Para los más optimistas, que cada son menos este año en el Ciutat de València, el Levante UD se quitó ayer un lastre de encima. La Copa, debaten, sólo podía servir para distraer a un equipo metido en serios problemas en la Liga. Una molestia menos para el enfermo, aseguran. Para otros, la eliminación de anoche fue una cura paliativa, después de su inesperada irrupción en el partido a última hora, que la valió una remontada para el optimismo. Pero eso ocurrió al final, después de hora y media evidenciando su actual problema de fondo: una debilidad colectiva que necesita refuerzos anímicos. El Levante UD salió momentáneamente de su fase de angustia en los últimos minutos con una actitud prometedora, inútil para seguir en la Copa, pero válida para mejorar su autoestima ante lo que está por venir: un partido trascendental por la permanencia, el domingo, en Elche.

Veintidós minutos exactamente le duraron al Levante UD remotas sus ilusiones de seguir adelante en la Copa del Rey. El gol de Horta enfrió prematuramente una noche muy fría para los pocos valientes que acudieron, fieles, a la cita con su equipo.

Lucas Alcaraz dio entrada a sus teloneros, en busca de nuevos solistas para sumar a la causa de la Liga, la verdadera carrera del Levante UD a estas alturas de la temporada. Y es cierto que hay futbolistas que ofrecen cosas interesantes. Como el lateral Toño, cuya suplencia es un misterio sin resolver. O la poca presencia de El Zhar en el equipo, al que Alcaraz ya le echa el lazo para incorporarlo a la primera linea de fuego. Sólo eso, algunos detalles individuales, ofreció el equipo azulgrana en la primera parte. Porque el juego colectivo, el equipo, transmitió una pobreza de fútbol alarmante hasta su tardía aparición en la batalla. Sin intensidad, sin rigor defensivo, sin creación, sin ocasiones.... el Levante UD recibió una dura humillación de su rival durante mucho rato, mucho más maduro pese a jugar, también, con un buen puñado de suplentes. A la media hora recibió el segundo gol en otra despreocupación defensiva.

Como le sucedió a Mendilibar, la fórmula de Lucas Alcaraz en el Levante UD ofrece síntomas de agotamiento. Después de tres meses al frente del equipo, el entrenador no consigue ofrecer una variante útil a un juego que ha devenido en tremendista. Las señales vienen de lejos. Aunque los éxitos recientes son indiscutibles, daba la impresión de haber entrado en una vía muerta. Sólo hubo sentido del fútbol como algo agradable al final del partido. El cansancio mostrado hasta entonces es de orden estrictamente futbolístico: los jugadores están dando la espalda al modelo práctico de las últimas temporadas. El equipo se ha puesto pesadísimo con un estilo que reduce el juego a un estado simplón, donde gobierna el desconcierto.

Un rato después de seguir en una tendencia negativa, el Levante UD despertó en el último tramo del encuentro. Salió a flote el orgullo del Levante UD de antaño, y la rabia de algunos futbolistas, como Barral, que puso un nudo en la garganta a Javier Gracia con dos goles en tres minutos. Luego, llegó el gol de Juanfran, en pleno acoso local, con seis minutos por delante, y un gol anulado al propio Barral que hubiese situado al Levante UD a un gol de la épica. Pero ya era demasiado tarde. La recuperación del espíritu grupal, del coraje, de los viejos valores del colectivo «granota», abrió un panorama imprevisible en el epílogo de la noche. Hasta el extremo de que la gente se fue contenta a casa, como si el equipo quisiese enviar una señal de que está vivo. De que quedan signos residuales de un Levante UD inconformista.