Cuando el calendario anunció un Levante-Elche en la última jornada de Liga muchos pensaron en un duelo fratricida, en una lucha a cara o cruz por la salvación. Pero, afortunadamente para los intereses de unos y otros, y no tanto para el fútbol, ayer lo que se dio en el Ciutat de Valencia fue más bien una fiesta del fútbol valenciano. Una hermandad entre los dos equipos, tal vez algo excesiva, en un duelo sin mayor trascendencia que corroborar el hecho de que la temporada próxima, una vez más, habrá cuatro clubes de la tierra en la élite del fútbol español. Y eso, por si solo, ya es motivo de celebración.

Ayer, el interés estaba no tanto en las jugadas, en las ocasiones, que no fueron demasiadas, como en el hecho de fijarse en los pequeños detalles, en cómo se comportaban aquellos que tal vez ya no seguirán o en cómo animaba la grada a según qué jugadores.

Momentos como el cambio de Víctor Casadesús, con la grada en pie, y la entrada de Rubén, con ya no tanto respaldo como a inicio de campaña, dice mucho. Así como la gran ovación que brindaron a un Pedro López que era uno de los que ayer se vistió esa novedosa camiseta de la próxima temporada que, no obstante, puede que no se vuelva a poner.

Era un día para fijarse en los cánticos de esa afición granota que tanto ha sufrido en una temporada con muchas dudas, con cambio de entrenador, con pocos puntos, pero donde ha sobrado tiempo para conseguir el objetivo. Pese a todo, la gente, que paga por toda la temporada, quería fútbol y se escucharon pitos en la segunda mitad ante lo poco que se ofrecía en el campo. Eso sí, también apoyos a gente como David Navarro, Pedro López y, como no, a un Lucas Alcaraz que seguirá comandando el barco.

Sin la tensión habitual, el partido evolucionaba guiado más por embestidas esporádicas que por un plan decidido y definido. El Levante mantenía su línea de cinco defensas que tan determinante ha sido en este tramo final de la Liga, pero que ayer restaba algo de frescura y de la presencia que se necesitaba en la zona media y delantera para ofrecer algo más ante la falta de alicientes.

No había un dominador claro, el Levante lo intentaba sobre todo por banda derecha, pero sin excesiva profusión. El Elche, mientras tanto, era algo más vertical y sus ocasione generaron más sensación de peligro, con paradas clave de Mariño.

Barral, que finalmente fue el elegido par ser el hombre más adelantado, recibió varias veces en el área, pero abuso de balón en algunas, se enredó en otras y hasta acabó por el suelo varias veces, en una de ellas viendo la amarilla por «simular» penalti.

Todo parecía dormido hasta el penalti señalado a Toño y que Mariño detuvo por dos veces a Aarón ante la locura de la afición. Pero fue un espejismo. Al final, el Levante encerró a su rival, pero todo quedó igual, hermandad. Y bendito aburrimiento.