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Trenet a Vallejo

Diguem no

No elegimos equipo de fútbol. Quizá sea el encanto de todo esto. Lo eligió nuestro padre, y probablemente a él también se lo impuso el suyo. Por eso queremos tanto a nuestro equipo. Porque al final de nuestras vidas, al echar la vista atrás, nos damos cuenta de que quizá sea esto lo que más fuerte no ha unido a nuestros padres. Así de lamentable es. Así de importante.

A mí me tocó un equipo de mierda. 1988 o 1989 más o menos. Era un partido grande, el Hércules, Segunda División. Me temo que aquel año bajamos. Pero ese día ganamos. Sospecho que Paquito fue colaborador necesario en mi reclutamiento con alguna de aquellas entradas gratuitas con las que se pasó los 80 y los 90 predicando en el desierto por esta causa perdida. Bendito sea. Yo, con mi entusiasmo infantil, hice el resto. Al día siguiente, en la clase de preescolar, tiré de la bata de la maestra: «Señorita, ayer fui al fútbol. Soy del Levante». Condenado de por vida.

Miren, yo no quiero que este club deje de ser aquel club. Fue un club perro, sí, que hizo a algunos morir de disgustos y a otros huir arruinados. Pero, saben qué, es el nuestro. Es el mismo que levantinistas de pura cepa, los mismos que hoy quieren venderlo, han reflotado. Y es el mismo que en los últimos años ha dejado de ser una carga en la conciencia de la sociedad valenciana y se ha convertido en un motivo de orgullo. Un ejemplo de que sabemos y podemos hacer las cosas bien. De que no todo lo que sale de esta tierra son empresarios bròfecs, sino que podemos viajar a Madrid sin que se rían de nosotros. No hay muchos ejemplos así en la Valencia de la crisis.

Yo quiero seguir celebrando los goles de aquel Levante y no los de un club dopado que ya no sea mío. Quiero celebrar goles que pueda permitirme y no los que me financie alguien que quiere hacer negocios en Europa. Porque aunque nos prometan una Copa, aunque la consigamos, siempre sabremos que ese cielo no nos corresponde, que no nos lo hemos ganado por méritos propios.

El próximo martes la Fundación, la que representa a la sociedad, a la administración y al levantinismo, debe decidir si se sienta a negociar. Me temo que en esa votación se decidirá algo más porque de no haber interés ni siquiera nos habríamos enterado de la oferta americana. Estos días se hablará del nuevo signo de los tiempos, de modelo de negocio, de oportunidad histórica, de dar un salto a la globalidad. Estoy de acuerdo con esa dirección, pero creo que debemos dirigirlo nosotros, como venimos haciendo. Poco a poco, sin pasos antinaturales. El desafío ahora es evitar que esto se convierta en una franquicia proveedora de espectáculo sin un ápice de sentimiento.

Sólo le pido a los que votan el martes, a los que administran los intereses de los valencianos y los levantinistas, que no abran esa puerta. Porque tras ella hay cifras mareantes, tentaciones bíblicas y la certeza de que esto ya no será lo mismo. Les pido que protejan lo que se ha convertido en un patrimonio útil para Valencia. Yo quiero seguir teniendo presidentes que sean nietos de gimnastiquistas y de cabanyaleros, aunque nos pasemos otros 100 años esperando ganar una Copa. Espero que ellos también lo quieran.

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