Ala salida de la reunión de la Fundación granota, J. M. Fuertes anunció que la decisión última sobre la venta del club la tomarían los accionistas minoritarios. La familia Boluda y los ex presidentes López o Murria aun no habían hecho pública su rotunda oposición a la transacción. Unas horas después «la Fundación» (así, en abstracto) desmintió a su presidente y afirmó que los patronos decidirían la venta. ¿Qué voz está más autorizada que la de Fuertes para hablar en nombre de la Fundación? Este episodio pone en evidencia que es un hombre de paja. «El Levante no está en venta» se afirmaba en el comunicado donde se anunció el inicio de las negociaciones para su venta, como si fuese una broma de mal gusto. Son detalles grotescos que invitan a la sospecha y la desconfianza.

Muchos patronos argumentan que votaron a favor de conocer la oferta, no de la venta; pero la oferta, a fecha de hoy, se ha ocultado al levantinismo, y se ha creado una comisión para negociar la venta en la que todos sus integrantes están a favor. El proyecto deportivo que se ha vendido como el gran atractivo de Sarver es hoy una quimera: ni una palabra de la inversión a 10 años vista, de la identidad futbolística, de qué pasará con la cantera, con el femenino, con el fútbol-sala, los EDI, el fútbol-playa? Se nos ofrecen unas pinceladas inconexas y contradictorias sobre la cuantía de la inversión, el patrimonio, los fichajes, el escudo, una opción de recompra, etc, pero ¿cómo van a blindar el estadio los actuales dirigentes? Porque cuando Sarver compre, hará y deshará a antojo y Quico y compañía, los que negocian hoy, estarán en nómina suya, parece ser. ¿Quién velará entonces por el Llevant? ¿Fuertes? ¿Qué planes tiene Sarver para los ejecutivos del club? ¿Con qué remuneración seguirán? La de la «cultura» NBA podría triplicar los emolumentos actuales. ¿Podría explicar esta expectativa el ansia por vender, las prisas, la falta de un concurso público, la ausencia de consenso social o político y de transparencia??

El destino nos regaló una bola extra al salvar la herencia envenenada de Villarroel y vivir los mejores años de nuestra historia. Ese proceso quiere cerrarse con la venta a Sarver, cuando debiera haberse establecido un debate amplio sobre el modelo de club que mejor se adapta a nuestra idiosincracia, con los mecanismos de control y los instrumentos democráticos que lo blindaran ante futuras «villarroeladas». Ese debate se ha escamoteado y Quico ha renunciado a liderar un Llevant sólido para el futuro, capaz de no volver a pasar un trance como el de 2008. Parece que no hemos aprendido de los errores. Y además ya hemos gastado con creces el comodín de las instituciones (de las recalificaciones). Si Sarver fracasa, volverá a Arizona y dejará el Llevant como un desierto. Si la actual apuesta a todo o nada ya es innecesaria e inaceptablemente arriesgada, aun lo es más si se tiene en cuenta que este tipo de aventuras suelen acabar mal.

Ante la falta de argumentos, los defensores de la venta afirman que hay que confiar ciegamente en los que han gestionado el Llevant durante los últimos años. No me acusen de descreído, pero prefiero una democracia imperfecta, con cierta capacidad para controlar los desmanes de sus gobernantes, que un culto ciego al líder, que me retrotrae a los episodios más oscuros de la Europa del siglo XX y, sin duda, a los tragos más amargos del Llevant del siglo XXI. Y por si todo esto no fuera suficiente, vean el vídeo de la rueda de prensa de Fuertes tras la reunión y las caras de Quico, Fenollosa y Gil. A mi entender, son inequívocas de lo que está sucediendo.