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Bombeja agustinet!

La enseñanza de Iborra

Seamos honestos: Orriols y Mestalla se parecen, a pesar de todo, más de lo que querríamos. Hay singularidades de una y otra parroquia, claro, pero compartimos aspectos tan esenciales como la iconoclastia y el autoodio. Sí, nos cargamos nuestros iconos. En general el fútbol es esclavo de la inmediatez y acaba por darse más importancia a un gol puntual que una vida entregada a un club. A los valencianos, ya se sabe, nos entusiasma lo efímero y no somos muy dados a valorar aquello que en verdad es importante y, en el ámbito del fútbol, nos pasa igual. ¿Cuántos levantinos conocen el nombre de nuestros fundadores, aprovechando que acabamos de cumplir años? Pues eso.

Lo del autoodio, también tan nuestro, es más evidente aún. «Aversión autodestructiva contra sí mismo, contra la propia nación y contra sus compatriotas» dicen que significa. Que no creemos en lo nuestro, vaya. Vicent Iborra vuelve esta noche a Orriols como un futbolista importante en el Sevilla que Unai Emery ha puesto en la cima. Y aún resuenan en nuestros oídos los pitos y los reproches de la legión de «antiiborristas» que poblaban las gradas del Ciutat y que ahora esconden la cabeza bajo el ala, tras sus éxitos junto al Nervión. Qué suplicio fue aguantarlos durante los años en que el de Moncada fue el metrónomo del Llevant, el que marcaba el tempo del equipo. La semblanza que de él escribió Manuel Illueca, hoy director del Institut Valencià de Finances, en el libro La gesta del segle es la mejor descripción jamás escrita del hoy sevillista. La tituló El sueño de un Llevant imposible. Y sin embargo sucedió: poco después vio la luz El sueño europeo, para conmemorar la clasificación para la UEFA. Decidimos poner a Iborra en la portada, una foto inolvidable de Germán Caballero que lo perfilaba como el líder del mejor Llevant de todos los tiempos.

No olvidamos la cita con la Justicia que, hasta que se dicte una sentencia exculpatoria, es un borrón en el historial de los imputados. Lo cierto es que no sabría muy bien qué posición adoptar en el caso de que los granotes fuesen declarados culpables, pero de entrada intentaría buscar una explicación para justificar el proceder de algunos de ellos, especialmente Rodas e Iborra, que eran los «pipiolos» de aquel vestuario de veteranísimos. Hay un detalle de cada uno de ellos que me hace pensar que son futbolistas «distintos»: la desbocada alegría de Héctor el día del ascenso de 2010 fue el júbilo rayano en el fanatismo de cualquiera de nosotros. Iborra, por su parte, al fallecer su hija Alma tras un parto prematuro, decidió ligar para siempre sus destinos y los del levantinismo, al enterrar sus restos en el césped de Orriols. Era diciembre de 2011 y esa semana el Llevant jugaba precisamente frente al Sevilla. Iborra se puso a disposición del míster, pese al drama, y recibió la ovación cerrada de todo el estadio. El partido finalizó 1-0, con gol de Nano en el 56´.

Iborra se marchó, aunque vuelva hoy, pero podría quedarnos alguna enseñanza de su paso por la entidad granota: merece la pena confiar en la gente de casa, de la tierra, porque ese plus de sentimiento que pone al servicio del equipo es el que distingue a un once aguerrido de un once mediocre, a una escuadra brillante de una buena, a un club en crecimiento de uno pequeño. Hoy Iborra recibirá una salva de aplausos en Valencia. Estaría bien que todos pensáramos en él cuando se nos ocurra silbar a algunos de los nuestros. Porque la iconoclastia y el autoodio son señas de identidad abominables para los levantinistas. Y para todos los valencianos. Para cualquiera, de hecho.

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