Se llama Adalberto Peñaranda, es venezolano y tiene 18 años. Apunten bien su nombre porque el chaval promete. La afición del Levante UD se rindió ayer ante este delantero precoz, autor de los dos goles con los que el Granada asaltó el Ciutat de València. El segundo, a tres minutos del final, dejó heladas la gradas de Orriols. Por enésima vez en lo que va de temporada, el aficionado azulgrana vivió esa horrible sensación de la derrota cuando aún suspiraba por una victoria. Sus estadísticas „es el equipo de Primera que más goles encaja en el último cuarto de hora de partido„ son tan oscuras como su productividad. Está de nuevo en el fango de la clasificación y en la defensa no hay nadie que pare la hemorragia.

No existen las jornadas plácidas en el Ciutat de València, donde el Levante UD juega a ratos y a rachas. El «efecto Rubi» se diluye poco a poco, a la espera de un golpe sobre la mesa que no llega. El conjunto «granota» se mostró otra vez vulnerable, demasiado expuesto a las ofensivas del Granada pese a su apuesta por ocupar más metros en el campo.

Todo equipo debe desconfiar de los inicios de partido aparentemente mansos. Los planes de Rubi, por ejemplo, se torcieron pronto con la lesión de Pedro López, lo que obligó al entrenador a situar a Lerma en esa posición. Verza ocupó lugar en el medio, junto a Camarasa y a Simao Mate. Resultó curioso: con el cambio, el Levante UD llegó más veces a la portería rival. Al descanso llegaron los dos equipos con empate en ocasiones.

Peñaranda despejó el camino del Granada nada más volver del descanso. Realizó un control maravilloso tras un kilométrico centro de Rochina y cruzó la pelota ante la salida de Rubén. Demostró madera de gran futbolista el venezolano, quien no había dicho su última palabra. En medio del desasosiego general, Simao Mate animó la tarde con un gol de cabeza, en la definición de una jugada de estrategia. Durante un rato, el Levante UD dominó el partido y merodeó el área rival con peligro. Pero el Granada no había renunciado a la victoria. Esperó en su área, paciente, hasta que Peñaranda asestó el golpe definitivo. Fue en un remate lejano, con un chut al primer palo que pilló a Rubén a contrapié.