Muchos levantinistas, tras seis años consecutivos en la élite, se han hecho seguidores de Manes, el pensador que contemplaba dos principios creadores, el del bien y el del mal, en una versión persa del yin y yang taoísta. Sí, de ahí el maniqueísmo. Pero con menor carga de profundidad filosófica. En realidad solo saltan del blanco al negro con una facilidad pasmosa y, lo que es peor, todo lo ven negro o blanco, sin matices. En un mundo de ficción (o en una pantalla de videojuego) tal vez la realidad se parezca bastante al blanco o al negro, pero en la vida real es más bien al contrario, el dominio es del gris en todas sus gradaciones. En el mundo del fútbol, cuando no entra la pelotita, se disparan todas las alarmas y se pierde la perspectiva. Sucede ya en casi todos los clubes, porque nuestro mundo va en dirección opuesta a las prácticas serenas y cada día, en las calles y en las gradas, se impone más y más el imperio del ansia y la inmediatez.

Quico Catalán era un gestor extraordinario con una nómina merecida y Manolo Salvador, un genio. De eso hace un suspiro. Hoy, con 11 puntos antes de empezar la jornada 19, al presidente se le afea su sueldo y el director deportivo es un patán. Si finalmente el Llevant se salva este año, ambos recuperarán su aura divina. En esto está convirtiéndose este negocio del balón. Cualquier barbaridad parece lícita, todo menos ponderar la situación, hacer crítica constructiva cuando las cosas van bien y tener perspectiva cuando se tuercen. Todo ello tiene que ver también con el auge creciente de la trascendencia que se da a las redes sociales, universo en el que cualquier analfabeto funcional se cree Kapuscinski, donde abundan las ensaladas (agrias) que mezclan conceptos como libertad de expresión con intolerables falta de respeto e insultos. Este es el escenario en que la plantilla del Llevant va a librar hoy el partido más importante de su historia. La situación psicológica del equipo y el calendario que queda por delante convierten el encuentro ante el Rayo en el punto de inflexión más asequible de las próximas jornadas. Y no queda tiempo para vivir sin un punto de inflexión. Hay que ganar. Como ante el Granada o el Málaga, pero aun más.

Para muchos el Llevant ya es carne de Segunda. Este tipo de afirmaciones son increíbles, cuando quedan 60 puntos por disputarse y los granota están a 6 puntos de la salvación. Sí es cierto que, sobre todo para cambiar una dinámica que está sembrando el pesimismo en todos los estratos del club, urge un cambio de ritmo, básicamente tres puntazos, aunque sean jugando mal, en el último minuto y de penalti injusto. La victoria dejaría, muy probablemente, la salvación a 3 puntos (el Granada juega en el Camp Nou). Y, desde el punto de vista anímico, eso lo cambiará todo. Como declaró Salvador durante la semana esta es la plantilla con más proyección que hemos tenido, con más calidad incluso que otras que consiguieron la salvación de forma holgada. Pero está plagada de gente joven e inexperta, capaz de hundirse si, de forma persistente, y pese a un fútbol más que digno, las cosas no salen, el gol no entra y los puntos no llegan. Yo también creo firmemente, con Salvador, que si el Llevant se salva, hay equipo de garantías para muchas temporadas. Y tal vez entrenador. Si es que Rubi está a la altura del reto. Le sobra capacidad. También bisoñez, como demostró con su gesto hacia Camarasa. No se puede señalar de esa forma a un futbolista de 21 años cuyo compromiso es determinante para la salvación y mirar hacia otra parte con otras actitudes más nocivas. Es injusto y sobre todo, poco práctico. Y siendo prácticos, ante el partido más importante de la historia del Llevant, se impone el apoyo absoluto desde la grada. Sin ambages. Sin matices. Tiempo habrá para ello. Hoy es tiempo solo de victoria.