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Bombeja agustinet

Sin poética

La poética del derbi, a lomos de la cual (entre otras cosas), el Llevant ha crecido a lo largo del siglo XXI, deja paso hoy a algo tan prosaico como la vida o la muerte. La escuadra granota precisa una victoria terapéutica que permitiría alcanzar varios objetivos: recuperar la complicidad „ahora un pelín tocada„ con la afición; devolver al levantinismo a la senda del «sí se puede», y, sobre todo, sumar un triunfo vital que, muy probablemente, pondría la permanencia a 3 puntos (o tal vez incluso a 2).

Las urgencias hacen del derbi un encuentro a cara de perro para el Llevant, en el cual el Valencia se juega poco más que la honrilla, con el pensamiento centrado en el partido europeo del jueves y la remontada frente al Athletic, y una estadística terrorífica en el horizonte: los «merengots» no dejan el marcador del rival a cero en Mestalla desde que, precisamente, el once granota salió derrotado de allí en la primera vuelta.

El Llevant ya afrontó otros derbis de imperiosas necesidades, más allá de su intrínseco sabor especial. Sobre todo el del 0-0 de la testosterona de Ballesteros, que sirvió para sellar la permanencia en 2010-11. Y el 4-2 de Orriols, ídem en 2006-07.

Desde aquella orilla de la vieja acequia se arguye que, durante los mejores 15 años de la historia granota, los levantinos nos hemos limitado a colmar de palabras ampulosas (de identidad, de historia, de cultura) nuestros vacíos estrictamente futbolísticos, nuestra escasa ambición deportiva.

Sin embargo, esta forma de proceder (nacida del seno del levantinismo civil y de espaldas, en gran medida, al club) es un espejo en el cual se miran ellos, más que nunca ahora que el Valencia vive su particular travesía del desierto, una encrucijada laberíntica que puebla de incógnitas su futuro. Así, desde Mestalla se reclama ese plus que sólo da la poesía y que ayudaría a la «querida afició» a vencer el órdago actual y a hacer valer otra voz, a parte de la de los millones.

No obstante, es posible que nos sobrevaloren, porque, seamos francos: realmente hoy en Orriols queremos que los versos surjan de las botas de Morales, de la cabeza de Deyverson, de la puntera de Rossi o de los guantes de Mariño. Podemos apelar a Ausias March, a Leonard Cohen o a Paco Gandia, pero lo que hace temblar los cimientos de Orriols es el beso a la red, el pitido final, el éxito, con «patiment» o sin él (casi seguro que con él).

En el contexto, importantísimo, de un levantinismo de base comprometido con su identidad y respetuoso con su historia, irrumpe la urgencia del clímax del gol y la victoria, aunque sea en fuera de juego (como Mata en 2011), con gol fantasma (como Mista en 2005) o con la «xota» de la primera vuelta. También sirve un penalti injusto en el último suspiro y que el balón se cuele después de pegar en el palo y en la espalda del cancerbero. Todo vale para que, a la hora de la paella, el Llevant sume 24 puntos en su casillero. Hoy, que ellos se queden con todos los versos, pero los 3 puntos no se pueden escapar de Orriols.

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