En la temporada 1980-1981, cuando el Levante UD arrastraba graves problemas económicos, los gestores de la entidad -Francisco Aznar, Federico Cortés, Peregrís Monzó y José Estal “Baldomero”- apostaron al todo o nada para sacar al club del pozo de la Segunda División y tratar de reflotar la nave. En el mes de enero, con el equipo en todo lo alto de la clasificación de la categoría de plata, la directiva “granota” planeó el fichaje de una rutilante estrella del fútbol mundial capaz de llenar las gradas del estadio, y por tanto multiplicar la recaudación en las taquillas, y guiar a la plantilla hasta el ascenso: Johan Cruyff. Sin embargo, el agridulce y fugaz paso del holandés por Valencia desembocó en la ruina económica del Levante UD y una novena plaza en Segunda que no valió para nada.

Con 35 años, Cruyff llegó en sus últimos momentos de su carrera como jugador. Atrás habían quedado sus mejores años con los colores del Ajax, el Barcelona o la selección holandesa. Pese a ello, sólo su presencia en el actual Ciutat de València disparó la ilusión de la parroquia levantinista, confiada en el sueño del ascenso. Cruyff, según revelan excompañeros suyos de aquel vestuario, nunca fue un líder dentro de la caseta. Apenas se dirigía a los más jóvenes y sólo compartía charlas y algún café con los más veteranos. Acudía a entrenar solo, en su coche dos caballos, y se marchaba solo, sin establecer relación con el resto del equipo, donde había jugadores como Campuzano, Barrie y un joven prometedor Latorre.

Eso sí, fue uno de los causantes de que el club despidiera a Pachín, el por entonces entrenador, y se fichara a Rifé, excompañero y amigo de Cruyff en su etapa como barcelonista.

Para convencer al astro neerlandés de su fichaje, el club azulgrana le ofreció un fijo de 30 millones de pesetas a partir de los famosos porcentajes sobre las recaudaciones de taquilla, cerca de 180.000 euros por cuatro meses de trabajo -desde el 28-2-1981 al 30 de junio-, tal como se narra en el cuarto tomo de la “La Historia del Llevant UD”. El jugador percibía 50% de la taquilla bruta de cada encuentro que disputara hasta el mínimo de 1800.000 euros. Si no se llegaba a esa cantidad, Cruyff se quedaba con todo.

Además, el futbolista también participaba en un porcentaje de la propiedad del Club de Tenis que la directiva había puesto en marcha. El riesgo económico para la entidad era máximo, como la ilusión y la esperanza en que el famoso “14” ex del Barça triunfara en Orriols.

No obstante, Cruyff no llegó a brillar, ni de lejos, con la camiseta del Levante UD. Sus actuaciones fueron discretas, aunque dejó ver los detalles técnicos que siempre le acompañaron durante toda su carrera. Los controles, los pases al espacio y, sobre todo, su desequilibrante cambio de ritmo en la conducción del esférico, cumplieron con su parte del contrato. Pero poco más. De ahí que una parte de la afición levantinista haya mantenido sobre Cruyff la imagen del jugador “pesetero”, pese a que en su salida del club perdonó dinero que se le adeudaba.

El último partido de Cruyff fue ante el Recreativo de Huelva, en Orriols, en la última jornada de Liga. El encuentro se saldó con derrota para los granotes, de nuevo sin ascenso, y la hinchada silbó a la directiva por su mala gestión. Todavía con contrato en vigor, Cruyff se fue a jugar un partido en homenaje a Asensi y se lesionó, lo que provocó la ira de los rectores del Levante UD. Un final amargo para el paso fugaz de una gran estrella por el Levante UD.

Hoy, 34 años después, ha fallecido el, probablemente, mejor jugador que haya vestido la elástica azulgrana.