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La afición del Levante UD puede perdonar, pero no olvida. No una humillación como la de Granada el pasado jueves. Por eso ayer, antes de que comenzase el partido ante el Athletic Club, silbó con fuerza a los jugadores azulgrana durante su salida para afrontar el calentamiento. El chaparrón también salpicó al entrenador, Rubi, quien fue abucheado en su presentación por la megafonía. No fue el ambiente esperado hace unos días, cuando la victoria ante el Espanyol había espoleado a todo el levantinismo, unido en la pelea por la salvación tras superar el «bache» de la salida nocturna de algunos futbolistas.

En la soleada mañana de ayer, la gran mayoría de los 15.623 levantinistas que acudieron al Ciutat de València —aunque se habían vendido todas las entradas, el lleno ni siquiera se rozó— lo hicieron con una doble intención más o menos perceptible. Primero, dejar evidente su enfado por la derrota en el Nuevo Los Cármenes. Se pudo comprobar con la pancarta que se desplegó desde la grada de animación. En ella se podía leer: «Nosotros somos el 12. ¿Dónde están los 11 que faltan?».

Después, no obstante, la tendencia general fue apoyar a los jugadores en la última, esta vez sí, oportunidad para lograr la salvación. Y así fue. Una vez el balón echó a rodar sobre el césped, la bronca se convirtió en gritos de ánimo y aliento. Fueron in crescendo gracias al gol de Casadesús, que vislumbró una pequeña reconciliación entre plantilla y afición. El balear recibió constantes aplausos durante el choque, pero no fue el que más cariño recibió de los aficionados. Mauricio Cuero, casi inédito hasta hace tres jornadas, fue el que con su juego efervescente, con un repertorio de jugadas individuales imposibles, encendió el ambiente en las gradas.

De hecho, con el marcador a favor y cerca del 2-0, se pudo ver a varios miembros de la plantilla azulgrana, como Feddal y Lerma, dirigirse directamente al público para pedir el apoyo de los seguidores. Era el día de remar todos juntos. Los granotes decidieron arrimar el hombro.

Por contra, mediado el segundo tiempo, el Ciutat ofrendó una sonora pitada, la segunda de la mañana, a Rubi. El técnico retiró del terreno de juego a Cuero y Casadesús y eso no gustó nada entre el respetable, que despidió al colombiano con una ovación como contraste al abucheo a Rubi. Además, Deyverson, que parecía haber cumplido su penitencia tras su desfase nocturno, vio como un sector importante de Orriols no se ha olvidado de su actitud fuera del terreno de juego. Paradójicamente, el jugador más querido durante gran parte de la temporada, quizás junto a Morales, fue pitado con intensidad ayer. Es más, se le pitó cuando el viento soplaba a favor y todo transcurría en dirección a la victoria azulgrana.

Porque a diez minutos para el final, Orriols se convirtió en un cementerio. Los nervios que transmitía la defensa en cada despeje, en que cada pase atrás, en cada balón regalado... se expandieron por el estadio. Los más atrevidos enfilaron la puerta de salida en el minuto 80, con 2-0 en el marcador, sin saber que la tragedia aún no había llamado a la puerta.

Con el 2-1 de Susaeta, el silencio se apoderó del templo levantinista. Nadie quería creer que el empate fuese posible. Pero lo fue. Si la resignación tiene un sonido, fue el que ayer se escuchó en el Ciutat de València con el tanto de San José y el posterior final del partido. Los futbolistas del Levante UD saludaron tímidamente y volvieron los pitos, las recriminaciones, el enfado... 90 minutos que fueron del enfado a la esperanza y acabaron en la depresión.