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Riazor, punto de inflexión

Riazor, punto de inflexión

Cada año sueño con heroicidades como la del Leganés, que va a tener sus opciones de llegar a la final. Y me acuerdo de ese sector derrotista de Orriols que prefiere regalar la Copa, como si la ilusión costara dinero. Aún me relamo las heridas del 0-2 del Espanyol, de la actitud vergonzosa de algunos futbolistas y de la incapacidad de Muñiz-Tito-Quico para poner remedio: el primero por consentir esas y otras cosas en el vestuario, su territorio; el segundo por no fiscalizar la profesionalidad de los futbolistas antes de traerlos o renovarlos; el tercero por permitir ambas situaciones bajo su techo.

No acierto a comprender qué viene sucediendo en este club desde la destitución de Mendilibar. Ha habido desde entonces un sinfín de decisiones erráticas, con el paréntesis del éxito, sin paliativos, del ascenso a Primera. Y, sin embargo, ya entonces se debieron vislumbrar algunos de los problemas de hoy.

Intuyo, como otros, que tiene que ver con el adocenamiento en el poder, la ausencia de crítica interna y la obsesión de ver enemigos por todas partes. Todo ello habría contribuido -intuyo, insisto- a vivir el fútbol lejos del olor de la hierba, del sudor de la camiseta y del rugido de las gradas, a convertir al Llevant en un club más obsesionado por el twitter y la versión de videojuego que por la enseña más antigua que se conserva, que está pudriéndose en uno de los bajos del estadio.

Intuyo, en definitiva, que se han perdido la perspectiva, la humildad, la identidad y la sensatez de los primeros años y también los papeles. Y que nos hemos convertido en un «reality show» que se presta a numeritos como el de Arabia y el ínclito Tebas mientras en el Llevant están sucediendo cosas graves: dentro del vestuario, entre una parte de él y los técnicos, entre éstos y la secretaría técnica, y con puyas incluidas al club. Este cóctel más la situación en la tabla, que podría ir a peor en las próximas semanas, es letal.

Una victoria hoy sería balsámica, pero cuesta creer en ella tras la alarmante imagen de fragilidad en el Madrigal. Da la sensación de que el Llevant está roto y nadie es capaz de coser las costuras para salvar la temporada. El Deportivo va a marcar un punto de inflexión: una derrota dejaría a Muñoz con pie y medio fuera del banco; la victoria le daría un respiro hasta Anoeta.

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