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El tren del futuro

El tren del futuro

En 1928 hacía ya más de un cuarto de siglo que nuestro fútbol tenía un desarrollo idéntico al surgido en 1902: se disputaban los campeonatos territoriales y los mejores equipos accedían a la Copa -conocido entonces como Campeonato de España-, cuyo vencedor obtenía el título de campeón de campeones. De repente, la irrupción de la Liga lo revolucionó todo. Las competiciones domésticas perdieron interés de forma paulatina y el torneo de la regularidad fue creciendo en prestigio, en detrimento de la Copa. En paralelo a este proceso se inició una profesionalización del mundo del fútbol que ya no iba a tener marcha atrás. Al contrario: algunos futbolistas ganan hoy tanto dinero que viven más pendientes de cualquier frivolidad que de conectar cada domingo con su hinchada.

Hubo sociedades que en 1928 comprendieron que estaban ante un momento decisivo y tuvieron la determinación de subirse al tren del futuro, de hacer una apuesta colosal para formar parte, desde el primer momento, de la élite, en aquel momento formada por sólo diez equipos. La Liga se inició sin representantes valencianos en Primera, pero el Valencia FC entendió perfectamente la dimensión de aquello que estaba iniciándose y jugó fuerte por llegar arriba cuanto antes; debutó en la campaña 1931-32. Otros, como el Llevant FC, creyeron que no tenían ninguna posibilidad de formar parte de aquel selecto grupo. Y mucho menos el Gimnàstic, condenado ya por entonces a vivir en la ciudad a la sombra de merengots y llevantins. Los blaugrana de Amador Sanchis, además, se resistían a abandonar el amateurismo y el romanticismo de décadas precedentes.

Hoy vivimos momentos tan decisivos como aquellos, en dos ámbitos del mundo del fútbol. Por una parte, como sabe todo el mundo, las competiciones europeas tienen cada vez más tirón, aunque las estatales resisten con fuerza (el Bayern, por ejemplo, ya ha vendido todas las entradas de todos los partidos de la temporada 2018-19). Sin embargo, los clubs no se acaban de fiar de la actual vitalidad de las ligas y viven inmersos en una carrera por consolidar estructuras cada vez más profesionalizadas para ser capaces, así, de que no les pille con el pie cambiado un órdago como el de 1928.

Es difícil predecir cómo será el mundo del fútbol dentro de diez años, pero nadie alberga ninguna duda de que los clubs que quieran sobrevivir en la élite deberán tener estructuras sólidas, proyectos ilusionantes a medio y largo plazo, un profundo enraizamiento en la sociedad de la que forman parte y cuadros muy profesionalizados. Ahí está el Llevant, con mucho todavía por hacer pero, sin duda, en el buen camino.

Por otra parte, asistimos a un despegue impetuoso del fútbol femenino, un momento de previsible trascendencia histórica. Y el Llevant también lo ha entendido. En la última temporada la escuadra granota vivió con angustia el descabalgamiento, definitivamente, de su tradicional rol de aspirante a todo. Era urgente dar un vuelco si la intención era mantener el prestigio de uno de los clubs más laureados. Y la apuesta no puede ser más ilusionante. El Llevant ha echado el resto y está construyendo un once plagado de estrellas, para volver a ser el gallito de la categoría y reverdecer laureles, como hace tiempo venía exigiendo una gran parte del levantinismo.

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