el archicacareado traspaso de Cristiano Ronaldo a la Juventus ha traído consigo la designación mediática de Turín como la tercera capital del fútbol español.

Para comprobar esta paradoja geográfica, basta con repasar cualquier programa deportivo de ámbito nacional para constatar el seguimiento preferente que en la actualidad se le da a la Vecchia Signora de forma diaria, exhaustiva, y machacona. Tanto que se ha llegado a un punto en el que incluso es posible que quienes sólo consumen este tipo de contenidos televisivos -por definirlos de forma caritativa- sepan antes qué ocurre en Frosinone que en Ipurua.

Ante esta nueva realidad, los hinchas más veteranos viven recelosos y escandalizados ante lo que consideran una peligrosa deriva en la que las megaestrellas han engullido y centralizado por completo el protagonismo antaño reservado a los clubes, sus aficionados, y al balón.

Cada vez prima más la individualidad sobre el colectivo, y es en ese terreno de juego en el que se manifiesta la batalla abierta de intereses económicos que está distorsionando el balompié de tal manera, que sus protagonistas hoy son absolutamente incapaces de reconocer el deporte con el que se enamoraron de chicos, hasta el punto que algunos de ellos han pasado a referirse a él de forma blasfema como la «industria del fútbol».

No obstante, la creación y enaltecimiento de héroes y mitos viene de muy lejos, normalmente con un objetivo común; construir relatos que ensalcen al colectivo y su causa.

Sin Kubala, Di Stéfano, Kempes, seguramente las nuevas generaciones tendrían mucho más difícil comprender la importancia del momento histórico que encarnaron en sus clubes.

Sin embargo, por algún motivo aún sin esclarecer, el Levante es un terreno fértil para ídolos caídos. Cruyff, Villarroel, Descarga, o más recientemente Muñiz, dibujan una tendencia en la que el levantinismo suele enterrar con enorme facilidad a los mitos del ayer.

En la élite el trabajo se presupone, los resultados, se exigen, y tras un arranque de liga mejor en sensaciones de juego que en puntuación, parte del levantinismo comienza a cuestionar las decisiones de Paco López, y el papel de Campaña dentro del equipo. Curiosamente, dos de los grandes artífices de la permanencia obtenida la pasada temporada de forma impecable, contra todo pronóstico.

Orriols no es lugar para epopeyas. Los granotes siguen sin desprenderse de ese espíritu bohemio, contracultural y grunge. La mística de la clandestinidad y la resistencia. La memoria del barro. El puto yunque de la adversidad.