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Tribuna

Tiempos modernos

Tiempos modernos efe

La implantación del sistema de video arbitraje ha sido considerada de forma invariable como un auténtico sacrilegio para los aficionados más puristas del balompié, quienes siempre argumentaron que el VAR supondría una injustificable intromisión en la competición, y que ello terminaría por adulterar el devenir de la misma aún más si cabe.

Una postura romántica, y a su vez, escéptica e inmovilista, difícil de mantener en los tiempos modernos que vivimos, en los que las palabras innovación y desarrollo se nos presentan siempre de la mano, como parte de un determinado marco conceptual del progreso.

Las sociedades cambian, y como en todos los ámbitos de la vida la tecnología, se ha ido abriendo paso, hasta convertirse en un elemento central de todo lo que nos envuelve.

El fútbol no podía quedarse atrás, y por ello, triunfaron los defensores de la nueva herramienta sobre la base de dos principios clave: la certidumbre en la aplicación eficaz de las reglas de juego, y el desenmascaramiento y la sanción inmediata a los tramposos y simuladores.

El choque que enfrentó a Levante y Real Madrid el pasado domingo en el Ciutat ha puesto de manifiesto que el VAR tiene enormes agujeros negros en su protocolo de actuación, a los que se debe dar una respuesta clara, inmediata y autocrítica por parte del Comité de Árbitros.

Por desgracia, no parece que vaya a ser el caso. Si atendemos a los precedentes, hay pocos motivos que inviten al optimismo, como se pudo comprobar con la reacción cobarde y prepotente de Velasco Carballo, tras el polémico penalti por mano de Vukcevic en el Metropolitano.

La esperpéntica imagen de la (torpe) patada al aire de Doukouré, repetida una y mil veces ante la pasividad de un centro de control, con estética propia de la NASA, ha puesto de relieve, no ya el comprensible fallo humano de un cuerpo arbitral sobre el terreno, sino la clamorosa incompetencia de la supervisión por vídeo.

Tras esta polémica, La Liga y el estamento arbitral tienen un problema de descrédito, desprestigio y enorme contradicción con la imagen de modernidad, globalización y vanguardia que quiere proyectar Tebas.

El fallo no se encuentra en la técnica, sino en el manual de instrucciones, y especialmente, en quienes deben ejecutarlo. Quizás con las prisas por demostrar que éramos los más modernos del globo, ha quedado en evidencia lo mucho que le queda por aprender y avanzar a los colegiados de la élite.

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