No olvidaré jamás -ni aunque viviese mil años- que en septiembre de 2009, cuando presentamos en el Ateneu Marítim el primer tomo de la «Historia del Llevant UD», Vicent Ballester García, hijo de Víctor Ballester Gozalvo y sobrino de José, hermanos fundadores del club, afirmó con una seguridad conmovedora que el Llevant es un club indestructible. Los asistentes que llenábamos el salón, y yo entre ellos, sentimos un alivio difícil de explicar. Si aquel heredero directo de los que dieron carta de naturaleza al sentimiento por el que han latido miles y miles de corazones estaba tan seguro, debía de ser cierto.

Apenas hacía un año del descenso y la emersión de una deuda extratosférica, al final del curso 2007-08; vivíamos bajo la bendita lupa de la ley concursal, y la supervivencia del Llevant pendía de un hilo. Muchos temíamos un yunque superlativo: desaparecer durante las celebraciones del centenario. Le iba como anillo al dedo a aquel levantinismo forjado en la adversidad. Pero demasiado cruel.

¿Quién podía imaginar que un año después, para cerrar el centenario, el equipo conseguiría el ascenso a Primera, la «gesta del segle»? Fue el inicio de una década prodigiosa, la mejor sin duda de la historia del club y, además, aunque queda mucho por hacer, se han puesto los cimientos para construir un futuro sólido e ilusionante.

En estos diez años ha habido momentos -así es el fútbol, esto es fútbol- en los que esa epopeya de once décadas de pasión ha dependido del acierto de un futbolista. Bardhi, con el 1-2 en Girona, sin ir más lejos, permitió seguir creciendo en Primera y abordar asuntos decisivos como la ciudad deportiva, la reforma del estadio o la democratización del club, con el paso que representa la venta de un paquete accionarial de la Fundació Cent Anys.

Han pasado tres semanas de aquella victoria en Montilivi y aún la saboreamos con deleite. Muchas cosas se han activado desde entonces, la mayoría con la intención primordial de evitar tanto sufrimiento. Sin embargo, parece que, por unas cosas u otras, siempre esté justificado aparcar la historia y la identidad levantinas. Y, de hecho, diez años después, esta sigue siendo la gran asignatura pendiente.

En el centenario las cosas se hicieron como se pudo, con la entidad al borde del abismo. El 110 aniversario es, tal vez, una ocasión inmejorable de desquitarse, celebrar por todo lo alto nuestra capacidad de supervivencia y proyectar al futuro nuestra identidad e historia. No hacerlo sería desaprovechar una oportunidad inmejorable para seguir consolidando los pilares del futuro.