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Futbolistas y felicidad

Futbolistas y felicidad

Ayer cumplí 50 años. Escribí este «Bombeja» en las primeras horas. No me importó en absoluto dedicarle un tiempo del día en que celebro medio siglo de vida. Me pasa como a los futbolistas, que me gano la vida con lo que me gusta hacer. Soy muy afortunado y soy consciente de ello. Los futbolistas, ¡ay! Tan frívolos la mayoría y que, sin embargo, tienen la insólita capacidad de hacernos tan felices. Ya saben que dicen: el fútbol es la más importante de las cosas que no son importantes en la vida. Pero nos hace felices y la felicidad sí que es una de esas cosas esenciales. Y el fútbol son los futbolistas y su capacidad de hacer orfebrería sobre el césped, con el balón o sin él, con sus danzas y sus correteos, con las trayectorias reales del balón y las imaginadas, con los versos a la red, y los besos, con el júbilo y la celebración.

A veces me pregunto si los periodistas deportivos tenemos un poco de pelusa de los futbolistas. Los más mayores porque son jóvenes, guapos y sanos. Los más jovenes, además, porque son ricos. Me lo pregunto honestamente. Porque estoy seguro de que ellos (muchos de ellos) piensan que es así. Al menos en caliente, cuando reciben una crítica acerada, aunque sepan que es certera. Entonces se quejan a un compañero: «¡Mira qué cabronazo, este! Tardará 20 años, si lo consigue, en ganar el millón de euros (o dos) que yo cobro en nueve meses. Que la siga chupando». Me gustaría pensar que más tarde, cuando se marchan a casa, lejos ya del influjo de lo que se espera que digan, son capaces de la autocrítica, a pesar del cochazo, de la cuenta corriente, de los mamazos permanentes del gremio o de los no-sé-cuántos miles de seguidores en Instagram. Quiero pensar que, aunque sea en la intimidad y aunque jamás lo reconocerían en el vestuario, asumen que tal vez es cierto y hay que mejorar a la próxima. Aunque no sea por amor a los colores; aunque sólo sea por seguir ganando un millón por curso, o más, durante los años que les queden.

Los futbolistas son la salsa de esto. Y más allá de la inflacionada burbuja en la que está inmerso el fútbol no me parece mal que sean tratados como dioses de nuestro tiempo. Nos regalan ventanas de felicidad en nuestras atribuladas vidas. Contribuyen (algunos más, otros no tanto) a hacer más grande nuestro club. A expandir el sentiment irracional por nuestros colores. Lógicamente preferiría un mundo donde Carola Rackete fuese más importante, con su coraje y su humanidad, que Sergio Ramos; donde no fuese inverosímil que un futbolista pidiera en público apoyo para Open Arms, póngamos por caso. Pero como les he dicho ya tengo 50 años y no me he caído de un guindo.

No sé si recuerdo a la gente extasiada a mi alrededor en el Nou Estadi, tras un gol de Caszely (yo tendría 4 años), o si, tras haber visto fotos y haber escuchado tantas historias, lo he soñado de una forma tan vívida que creo que estuve allí. No estaría mal como primer recuerdo en Orriols, ciertamente. Caszely, el chileno que desairó a Pinochet. Poca broma. Cuando era un xiquet de bolquers mi tío Paco, el granota más fanático de la familia, ya me llevaba a Orriols. Nací en julio del 69 y dos meses después se inauguró el estadio. No sé si hace 48, 49 o incluso 50 años que lo pisé por primera vez. Sea como sea, en este medio siglo he vibrado con docenas de futbolistas que se envolvieron de blaugrana. Y entre ellos, con el 10 a la espalda, Paco López, el actual contramaestre de la nave granota. Gracias por tanto a todos ellos. Y, en todo caso, lo mejor está por venir.

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