No hay manera de que el Levante se quite el complejo de acordeón que lo persigue. Cada vez que se estira vuelve a encogerse, como si sufriera de vértigo a las alturas cuando asoma la cabeza. La irregularidad le acompaña hasta el punto de que es consustancial a él, una consecuencia también de su propio estilo. En una ráfaga favorable es capaz de tumbar al Granada y al Celta y de poner contra las cuerdas al Atlético. Pero también lo es, el día a priori fácil, de desparramarse contra el Alavés, que venía de cinco jornadas sin ganar. Si el objetivo es solo la permanencia no hay nada de qué preocuparse: solo fue un mal partido, especialmente horrible en defensa. Pero si se aspira a un reto más ambicioso, entonces hay que alertarse.

El guión estaba ni que hecho a propósito para que fuese una mañana redonda. Hasta salió el sol para echar un cable. Sin embargo, en lugar de un día feliz el Ciutat acabó lamentando la primera derrota del año en casa. Tras un primer acto aceptable, el segundo fue un sufrimiento. El Levante perdió el sitio y el Alavés, seguro a balón parado y vencedor de todos los balones divididos, lo martilleó a la contra. Aitor no pudo con el tiro cruzado con el que Aleix marcó el gol, pero evitó una goleada que habría sido de escándalo. De haber tenido puntería, Lucas Pérez se habría ido a hombros.

El Alavés fue creciendo y al Levante, siempre mal posicionado, todo el mundo se le quedó esperando. Generarle una ocasión era tan sencillo como lanzar en largo y que Lucas y Joselu corrieran a toda pastilla. Las buenas pintas del arranque se quedaron en un espejismo. El volumen de la sinfonía de centrocampistas granotas, que había empezado sostenido, fue bajando decibelios y el partido se volvió soso y trabado con reparto de amarillas y las ocasiones justas. Los mejores minutos, una constante esta temporada, llegaron de los pies de Radoja, Melero y Campaña, el centro del campo que, con las pruebas en la mano, más le gusta a Paco López pero que esta vez hizo aguas. Una combinación en la que el serbio, el director de orquesta, arranca entre los centrales y el andaluz lo hace escorado desde la derecha. Es el dibujo que hasta ahora mejor le ha ido a Melero, pero el ex del Huesca, que venía de reaparecer en Copa haciendo penalti, siguió sin dar pie con bola. Con un pase flojo en la salida de balón habilitó a Lucas y al borde del descanso quedó claro que sus minutos estaban contados tras una entrada excesiva sobre Manu.

Pese a todo, el Levante tuvo un rato de estar bien plantado y con las ideas claras. Cuando robaba se desplegaba rápido hacia Roger y Mayoral, dos pegotes que no se ensamblaban. No generaba casi nada, pero tampoco se descontrolaba. El Alavés, por su parte, corría los riesgos justos y fiaba la suerte a sus delanteros. A los dos les alcanzó para irse al descanso con una ocasión cada uno. Lucas tuvo la del error de Melero y Joselu un tiro desde la frontal que Aitor le repelió con las piernas.

La indigestión se manifestó tras el descanso. Toño se descuidó y Lucas, otra vez él, se pegó una carrera de 70 metros con Morales que por el efecto óptico pareció dentro. Los vitorianos insistían a balón parado desde la esquina y estiraban líneas.

Paco López no lo vio claro y apenas tardó en meter a Bardhi por Melero. Nuevo dibujo para recuperar el timón perdido y reducir las pérdidas. Sin embargo, no consiguió ni lo primero ni lo segundo. El equipo siguió plano y encima empezó a fallar. Un pelotazo desde la línea de fondo pasó por el centro del campo sin que Cabaco lo peinara ni Postigo estuviera en el sitio. Aleix Vidal, a toda pastilla, culminó la transición marcando de tiro cruzado. La acción estuvo unos segundos en el aire por un posible penalti por mano. Pero nada, involuntaria.

Aunque el cambio estaba preparado antes del gol, el siguiente movimiento fue Hernani. El partido entró en una fase de descontrol absoluto para los granotas en la que Aitor salvó a su equipo tres veces a disparos de Lucas Pérez. La última bala fue Sergio. Como Hernani, nada más entrar remató en posición forzada la mejor ocasión en 90 minutos. Camarasa, cómodo con el papel de villano, se quitó las espinilleras para perder tiempo cuando todo era ya a tumba abierta. Aitor subió a rematar la última jugada y aunque el sol aún brillaba, el Levante ya no veía más que nubarrones.