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Por Campuzano

Por Campuzano

Hve valorado la posibilidad de no ir a Orriols. De prestar el pase a algún amigo. Estos partidos me ponen negro, con 300 niños mitómanos en la grada y sus padres madridistas. Al final, qué pocas veces se sale algo del guión: cuando no es la mala suerte, Ramos o el árbitro hacen de las suyas y te largas a casa con un disgusto de órdago. Al final iré. Por el minuto de silencio a Campuzano. Y ya que estoy allí, veré el partido. Por si somos mejores y, además, los hados y los elementos nos permiten ganar. Y podemos dedicar la victoria a aquel once que nos hizo soñar cuando no éramos nada.

Encorbado y siempre con su chándal del Llevant, se le veía merodear por Orriols los días de partido. Discreto, mirando de soslayo, tímido, y seguramente convencido de que nadie lo reconocería, tanto tiempo después de su momento de gloria. Campuzano tuvo problemas graves tras dejar el fútbol e incluso mientras vistió de corto. Vivió al filo y estuvo al borde del abismo en diversas ocasiones. Antes de eso había sido talento en estado puro surgido junto al mar, en la factoría de la Malva-rosa. Levantinista de corazón y canterano de verdad. Criado con las exigencias del público que abarrotaba el campo de tierra en que destacó con el juvenil y con el amateur. Sonó durante muchos meses para el primer equipo, pero no debutó hasta el trofeo Costa Valencia que el Llevant le rebañó al Nancy de Platini y al Nacional de Montevideo. Él marcó, frente a los franceses, el gol de la victoria (2-1). Y ese año se ganó el puesto en el once, en Segunda B, junto a Munua y Magdaleno. Era la temporada 77-78. A la siguiente estuvo cedido en el Díter Zafra, mientras hacía la mili y el Llevant recuperaba la categoría de plata.

Regresó para explotar en Orriols durante dos cursos. El segundo, el año de Cruyff, acabó 'com el ball de Torrent' y el club se deshizo de él, uno de los pocos activos de los que sacar dinero. Se marchó a Primera, al Sporting, donde no llegó a triunfar. El Llevant estaba en quiebra, inmerso en un dislate social enorme. Durante años se exigió a algunos dirigentes que explicaran en qué bolsillo acabó el dinero del traspaso. Jamás apareció en el club. El periodista Julio Gómez escribió una semblanza maravillosa para Historia del Llevant UD de este extremo eléctrico que, en aquellos años duros, se convirtió en un ídolo para los niños levantinos. Se ha ido a los 62 años. Él nunca lo hubiese creído, cuando paseaba por los aledaños del que fue su único hogar, pero yo recordaré sus carreras por la línea de cal, un poco patizambo y otro poco jorobado, mientras viva. También su sonrisa culpable, cuando le recordaba sus buenos tiempos.

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