Al fútbol de aquí a final de temporada le va a faltar lo más importante. Reclinados en los sofás de casa, entre lonas multicolores, chroma keys y sonidos enlatados, los espectadores tienen una percepción distorsionada, alejada de la realidad. Falta el alma, tal y como se vio in situ en el Levante-Sevilla. Huelga hablar del estricto protocolo sanitario así como del brutal esfuerzo por todas las partes para que todo luzca perfecto como luce, pero no hay sentimiento.

Con esos condicionantes, en los prolegómenos tan solo el elaborado atrezzo del coqueto recinto -hasta los accesos de vestuarios se han decorado con motivos azulgranas- y los trajes impolutos con aroma a naftalina de algunos consejeros hacen que el encuentro difiera en algo de uno de los habituales amistosos de pretemporada en Teruel. Ante la ausencia de público se puede incluso oler con más facilidad el césped mojado y las sensaciones desde fuera son similares a las de esos envites de preparación, aunque lo que hay en juego es mucho más importante.

Hasta seis torres provisionales para ubicar cámaras de televisión han sido levantadas en el perímetro y la pista de atletismo ha sido devorada entre la infraestructura y la decoración para la ocasión. Cuando llegan los autocares el silencio en los accesos tiene tanto de inusual como de deprimente. Hasta el calentamiento 'huele' a partido de poco pelo... pero no es así. Es de verdad.

Suena la música que se escucha en el Ciutat de València -el Pero a tu lado de 'Los Secretos' te retrotrae a Orriols y la roconfortante voz de Pau Ballester, el speaker que hace que te sientas un poquito más como en casa- y tras un elocuente «Les nostres ánimes están amb vosaltres» por megafonía, el balón rueda ya. Solo se escuchan las protestas de jugadores y banquillos. Cuando de verdad se añoró a la afición fue tras el 0-1. Se le echó en falta a la hora de levantar el gol en contra con las fuerzas justitas tras el esfuerzo de 72 horas antes, pero en ausencia de empuje externo el equipo granota tiró de hombres de refresco y de corazón propio, aunque quizás faltó el empujón de la grada para meter el segundo.