Este Levante es de Primera División (2-0)
El equipo de Calleja consiguió tres puntos de oro tras machacar al Alavés y asalta el ascenso directo acompañado de un Ciutat de València que, además de llevarlo en volandas, fue toda una olla a presión

J.M.López
Rafa Esteve
Nada en el fútbol es comparable a un ascenso. Absolutamente nada. El cúmulo de sentimientos y de emociones que genera son imposibles de calcular. Es, independientemente de la situación, un sueño. El motivo por el que los inmersos en la batalla pelean cada instante. Cada segundo. Subir a la élite del fútbol español se ha convertido en una obsesión en el barrio de Orriols. Y el Ciutat de València, que sabe más que nadie lo que es luchar sin cesar y bajar al barro, no ha dejado de creer en una ilusión que, después de que el Levante, el equipo por el que se desvive cada momento, tumbase al Alavés con goles de Pepelu y de Wesley, se ha disparado por completo. Ha reventado por todos los costados. El equipo de Javi Calleja volvió a ser el de siempre. Aquel que tanto temor provocó entre los rivales directos. Y ahora, después de recuperar su versión más aplastante, está listo para dar el salto a Primera División en el momento más oportuno. Porque, tal y como entonó su afición una vez terminó el partido, “sí se puede”.
Dos meses de vaivenes, de dudas y de sensaciones agridulces, donde el ascenso directo se tambaleó ante la falta de resultados, valieron la pena después de lo que se convirtió en un triunfo apoteósico y que, sin lugar a dudas, entrará en las páginas doradas de la historia del club levantinista. Fue el día y el momento. El partido idóneo para atacar el objetivo de volver a competir ante los mejores. No fue, de hecho, casualidad que el duelo contra el Alavés coincidiera con el sexto aniversario del cabezazo de Sergio Postigo. Aquel que culminó un ascenso para la historia. Ya fuera de manera directa o de forma indirecta, el equipo dirigido por Javi Calleja se contagió de la mística que rodeó el encuentro desde el primer minuto. Mordiendo, con el cuchillo entre los dientes e impulsados por una afición que, además de llenar el Ciutat, lo convirtió en una auténtica olla a presión.
La tarde, y toda la mística que la envolvió, invitó al optimismo y a la esperanza. Y el equipo no se quedó atrás. Invocó lo que terminó siendo un día grande. No transcurrieron ni diez minutos cuando un defectuoso despeje de Antonio Blanco, a la frontal del área, fue fusilado por el futbolista idóneo para abrir la lata. Sin goles hasta la fecha en su cuenta particular este curso, el destino, con toda la intención del mundo, decidió que el camino hacia los tres puntos fuese trazado por un hombre de la casa. Uno de los que más ha mamado el azulgrana del Levante dentro de un vestuario entregado con el objetivo e identificado con el club. Pepelu le pegó con el corazón, el cuero impactó en el larguero y el gol se convirtió en delirio para los presentes en el coliseo de Orriols. De hecho, el ‘8’, pasada la media hora del encuentro, tuvo incluso el segundo tanto en sus botas, después de que Joni Montiel detectase un desmarque de ruptura que le dejó solo contra Sivera, pero el meta del Alavés, con una mano rígida, se lo arrebató.
No obstante, el 2-0 en el luminoso del Ciutat subió en la jugada posterior, desde la esquina y con un cabezazo de un Wesley que, en su segunda titularidad consecutiva, se reconcilió con su afición. La ovación que recibió, al ser cambiado en la segunda parte, fue la muestra de ello. Dos semanas después de aquel controvertido penalti contra el Mirandés, el brasileño enloqueció cuando vio el esférico tocando las mallas de la portería. Con su segundo gol en tres partidos, el ‘7’ empieza a coger velocidad de cara a puerta. Tal vez un poco tarde, pero, sin duda, en el momento idóneo de la temporada. Mientras, el Alavés estuvo completamente superado. Encorsetado por la fuerza de su contrincante y actuando a fogonazos. Más allá de un tramo donde intimidaron a base de saques de esquina, apenas le hicieron cosquillas a un Joan Femenías que siempre transmitió seguridad.
Con una ventaja de dos goles en el luminoso, el guionista del encuentro clavó lo que todo el mundo deseó. El descanso, con dicho resultado, hizo que el Ciutat de València se convirtiera en una fiesta, aunque con ansias de seguir disfrutando de un equipo que actuó a una velocidad superior. Con botín en mano, el conjunto de Calleja actuó con cabeza tras haberse dejado el alma sobre el campo. No en vano, a los granotas, ni en el terreno de juego ni en la grada, no les faltó hambre. Siempre quiso ir a más. Buscó con ahínco la portería de Antonio Sivera, aunque sin el acierto necesario como para que la tranquilidad aterrizase en Orriols de manera definitiva. Sobre todo, después de que Villalibre, tras un centro al corazón del área de Rubén Duarte, no rematase a gol por pocos centímetros. Montiel, de falta directa, fue el primero en avisar con un potente disparo, mientras que Iborra y Musonda intentaron conseguir el tercero de un Levante que cabalgó al contraataque. Pero donde destacó en lucha, sacrificio y entrega para obtener tres puntos de oro. El Levante nunca defrauda. Y el Ciutat, como en sus mejores épocas, hizo la ola. Esa a la que el equipo ya está subido para que el ascenso, su sueño y su obsesión, se convierta en realidad.
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