El Levante nunca pierde la fe (4-2)

Los granotas logran rehacerse tras dos igualadas malagueñas con un doblete de Iván Romero, otro de Espí y el de Algobia para cerrar una victoria importante

Victoria del Levante ante el Málaga (4-2)

Victoria del Levante ante el Málaga (4-2) / Francisco Calabuig

Rafa Esteve

Las dudas siempre aparecen cuando los resultados no son positivos. Cuando las victorias tardan en aparecer y, sobre todo, cuando las sensaciones son desfavorables. Ganar en Segunda no es una tarea sencilla. Cada punto, sea ante quien sea, cuesta mucho de obtener, aunque, por momentos, se pierda la perspectiva de lo que es la categoría de plata del fútbol español, en la que la igualdad entre sus integrantes es capaz de superar todos los niveles de la competitividad. El Levante, consciente de la dificultad, sabe que ningún triunfo es placentero. Que conseguirlos cuesta mucho. Pero, por encima de todo, sabe que, independientemente de las rachas, nunca tiene que perder la fe. Jamás debe dar su brazo a torcer, por muy mal que se presenten los infinitos contextos que aborda un fútbol que, en Segunda, es indescifrable. Costó mucho sudor y supuso un esfuerzo titánico, pero los levantinistas, a base de no perder la esperanza, lograron una prestigiosa victoria contra un Málaga que puso todo muy cuesta arriba, pero que, gracias al doblete de Iván Romero, y a los goles de Espí y Algobia, le dan al Levante la posibilidad de creer, ya que los tres puntos, todavía con un partido pendiente, le devuelven al playoff y le colocan a dos del segundo clasificado. Que nadie pierda la fe, porque los de Julián Calero nunca dejaron de creer.

Los jugadores del Levante celebran uno de los goles frente al Málaga.

Los jugadores del Levante celebran uno de los goles frente al Málaga. / Francisco Calabuig

En una tarde desangelada, donde el invierno empieza a asomar por los alrededores de la ciudad de València, el Levante, acompañado de un coliseo de Orriols que no falló a la cita, se encargó de dar calor a un encuentro de máxima importancia. Ganar servía para recuperar la esencia, el hambre y la garra que desapareció durante su concentración en tierras gallegas. El equipo que Julián Calero, tal y como acostumbra ante su gente, puso toda la carne en el asador desde el principio, consciente de que el Málaga es un hueso duro de roer en la categoría de plata del fútbol español. Sin embargo, el frasco de los goles fue destapado en los compases iniciales. Iván Romero, quien, pese a la vuelta de Brugué y el milagroso regreso de un Morales que entró en lista y tuvo minutos, conserva la confianza de su técnico y con razón. No solo se ha adaptado a la perfección a su nuevo rol, sino que anota las oportunidades que, en los primeros partidos como titular, se quedaban a centímetros de perforar portería contraria. Rematando un centro tenso y teledirigido de Andrés García, un cañón por la derecha que no deja de crecer a pasos agigantados, el ‘9’ superó a un Alfonso Herrero que solo pudo desviar el balón, con su guante derecho, al fondo de las mallas. Una diana que provocó euforia en una grada que todavía mantiene la esperanza de pelear por objetivos ilusionantes, pero que, a las primeras de cambio, vio cómo el subidón bajó por completo con el tanto del empate.

Larrubia, a centro de Gabilondo, batió a Andrés Fernández, pero el tanto recibido no mermó la mentalidad de un Levante combativo, que buscó triangulaciones para superar líneas rivales y que insistió en sus hombres más creativos con tal de recuperar la ventaja en el luminoso. De hecho, después de ver cómo Manu Molina le despejó en la línea un remate con la testa, Brugué no celebró otro tanto en el Ciutat de València por milímetros. Lo hizo todo perfecto. Domó un misil desde campo propio de Andrés García, encaró hacia portería y ejecutó un tiro cruzado al que nada pudo hacer Alfonso Herrero, pero sus intenciones quedaron en nada cuando el balón lamió el palo. No obstante, fue la tarde de Iván Romero, que batida la primera media hora de partido, dobló su renta particular tras deshacerse de la presión de Nélson Montes y mandar al lado contrario el segundo gol del Levante. Sin duda, un alivio en el coliseo de Orriols, ya que, si se antojaba complicado marcarle al equipo menos goleado de LaLiga Hypermotion, hacerlo por partida doble suponía un esfuerzo incluso mayor. Pese a ello, de nada sirvió a pocos minutos del descanso, cuando una pérdida de Pampín terminó en las botas de un Daniel Lorenzo que, recibiendo tras un toque sutil de Kevin Medina, no perdonó ante Andrés Fernández.

Julián Calero frente al Málaga.

Julián Calero frente al Málaga. / Francisco Calabuig

El paso por vestuarios, después del mazazo del empate, fue necesario. Es inevitable sentir que el equipo no está tan lúcido como acostumbró en los primeros encuentros de temporada. Algo falla. Había que ganar por lo civil o por lo criminal, pero, en la reanudación, quien dio más mérito para llevarse los puntos, al menos en lo que a peligro generado se refiere, fue el Málaga. Primero, con un latigazo desde larga distancia de Kevin Medina que se marchó rozando el palo. Y, después, con un cabezazo de Dioni desde el punto de penalti que, por suerte, se fue ligeramente desviado. Entonces, Orriols mostró su malestar. No se asciende a estas alturas de competición, pero la igualdad entre los aspirantes a subir al máximo escalón del fútbol español es tan alta que cada punto perdido duele. Es una oportunidad fallida.

A pesar de ello, el Ciutat aumentó sus niveles de animación. Andrés García y Carlos Álvarez empezaron a conectar. Giorgi Kochorashvili lo intentó desde fuera del área. Y, en el ecuador del segundo tiempo, Julián Calero metió en el campo a José Luis Morales cinco días tras sufrir una rotura en el ligamento peroneo astragalino anterior de su tobillo derecho. Todo con tal de buscar un tanto que intentó en el 78’. Carlos Álvarez, filtrando como bien sabe su bota izquierda, habilitó a un ‘11’ que, mano a mano con Alfonso Herrero, se topó con el guardameta malaguista. Su ocasión despertó a un equipo aturdido, que actuó más con el corazón que con la cabeza. Y menos mal, porque el gol del triunfo llegó mediante la fe. Poniendo el alma sobre el césped.

A falta de diez para el final, Carlos Álvarez apuró línea de fondo y coló el esférico en una maraña de piernas en el área pequeña. Todos querían el balón. Todos pelearon por sus intereses. Pero el oportunismo de Carlos Espí, llamado a ser un delantero de muchísimo prestigio, entró en la acción para superar la línea de gol. Euforia descontrolada, alegría desatada y tesoro que proteger. Costó muchísimo. Más de lo imaginado, pero el gol de Algobia, a placer y en los últimos segundos del partido, cerró una victoria de prestigio, construida a base de casta, coraje y fe. Muchísima fe.

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